Pandemia universal, cruel y asesina silenciosa.

Agradecer mi presencia de nuevo en EL DÍA. Volver significa mucho. Han transcurrido casi dos años y la vida ha sido muy dura para nuestra familia, por eso debo ocupar mi primer comentario en temas personales. El título lo dice todo, iniciaré una cruzada personal en defensa de los derechos de las personas con diabetes. Pronto cumpliré ochenta y cinco, defendiendo causas sociales, culturales, deportivas y empresariales con absoluta entrega y siempre sin interés crematístico.

De naturaleza inquieta, no puedo estar mano sobre mano, así que hablar sobre la diabetes será un homenaje a mi querida esposa y todos los enfermos de esta patología, incluyéndome puesto que sufro diabetes tipo 2.

Existen organizaciones que ya lo hacen, la Federación Nacional, la Federación Canaria y la Asociación Diabéticos de Tenerife (ADT), con sede en La Laguna, calle Pintor Cristino de Vera. Actualmente trabajan on line debido al coronavirus.

La diabetes tiene origen en muchas causas, principalmente por la escasa producción de insulina del páncreas, por lo que es vital eliminar los azúcares. Tiene por supuesto tratamiento: medicación, alimentación sana y ejercicio para la tipo 2 y, además, con insulina inyectada para la tipo 1. Siendo un profano en la materia, está claro que la enfermedad es de gravedad y mortandad alta y, en Canarias, uno de cada diez habitantes la sufre. Los datos son aterradores.

Mi esposa se enfermó de mayor y durante años sufrió un auténtico calvario. Además de las consecuencias típicas, trastornos de alimentación y subidas y bajadas de azúcar, comenzó un deterioro físico con dolores en las articulaciones, problemas de visión, cardiovasculares y falta de riego sanguíneo en miembros superiores e inferiores. Estuvo años con pastillas y, tras muchos controles, decidieron recetar también la insulina pero, el deterioro de las articulaciones ya había empezado, produciéndole dolores tan agudos que tuvo que recurrir a usar muletas para poder caminar. La mala circulación llevó a un riego incorrecto en todo el cuerpo, especialmente en manos y pies, con la consiguiente operación del túnel carpiano, colocación de prótesis en ambas caderas por parte del doctor González Masiu, operación de cataratas y por último, graves úlceras en los pies que la llevaron a un ingreso de tres meses en La Candelaria, con varias intervenciones vasculares y de cirugía plástica e injertos de piel del muslo al tobillo y gemelo. La intervención de los profesionales surtió efecto y fue dada de alta con todas sus constantes vitales en perfecto estado, aunque continuaron en casa las curas interminables durante más de un año. La vida siguió transcurriendo con sus más y sus menos, hasta que nos dio otro susto con nuestra hija mayor, una mala caída la llevó a tener una dependencia física total junto a su ya discapacidad psíquica. Un desafortunado acontecimiento que la mantuvo dieciocho meses ingresada en San Juan de Dios, dónde la trataron con mucho cariño.

Todos estábamos preocupados porque era nuestra niña, agradecidos y al mismo tiempo tristes porque pasaba otra Navidad fuera del hogar. Las fiestas siempre han sido importantes en casa, nos gustan las reuniones familiares entorno a la mesa, han sido casi 60 años de convivencia. Paquita, la Nochebuena y la Navidad la pasó tranquila, pero la angustia se lleva por dentro hasta que empieza a manifestarse con dolor en el pecho, falta de aire y dolores musculares. Durante el mes de diciembre hubo que llevarla varias veces al Centro de Salud, dónde le hicieron electros y controles que salieron bien, pero la noche del veintiséis de diciembre fue diferente. Tras regresar por la tarde de urgencias a casa, cenó algo y durmió un rato, pero a las doce de la noche comenzó el calvario. Inquietud, desesperación, balbuceos… Llega la ambulancia. Ya está en parada, nos sacan de la habitación y la dejan enchufada a un montón de aparatos. Llega una UCI móvil de La Candelaria con más enfermeros y médico, como si fueran los Hombres de Harrelson. Mis hijos y yo expectantes, no sabemos nada. A las dos y media un infarto súbito ha acabado con su vida. Atónitos e incrédulos, en dos horas y media se fue mi ser más querido. Mi dolor es inmenso y, dos meses después, en plena cuarentena, se va mi hija. La pandemia nos impide despedirla. ¡Cuánto dolor!

Un año después aquí sigo, triste pero haciendo largas caminatas en una cinta andadora mientras escucho música clásica en la tableta, escribiendo mi biografía y la historia de nuestra vida con la ilusión de publicarlo en formato de libro. Su foto siempre está presente.

aguayotenerife@gmail.com