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Opinión | Sangre de drago

Fuego y cenizas

Fuego y cenizas

Fuego y cenizas / Juan Pedro Rivero González

Donde hubo fuego, siempre quedan cenizas.

Hace tiempo que no vemos la expresión pirotécnica en nuestras fiestas. La Covid-19 todo lo ha modificado. Esa manifestación de belleza artesanal que juega con la pólvora y los colores, con el sonido y las formas. Boquiabiertos cuando tres grandes palmeras iluminan el cielo con esa vibración acústica y esos colores sorprendentes. Luz, fuego, sonido. Y luego, cenizas. Toda una belleza efímera apagada y humeante que nos hace volver la mirada al suelo tras el aplauso final.

Suele ser símbolo de la grandeza vacía. De la autograndeza afirmada que a la postre se queda en nada. Solo brillan cuando es de noche. Necesitan la noche alrededor para brillar. Y al final todo son cenizas.

El próximo miércoles comienza la Cuaresma con la imposición de la Ceniza. Es un tiempo fuerte en la liturgia católica que, durante cinco semanas, nos llevará a la Semana Santa. Un tiempo de austeridad penitencial que nos ayudará a volver la mirada a lo que realmente tiene valor. Un tiempo para comenzar de nuevo. Aquí es al revés. Renacemos de las cenizas. Primero las sombras y luego la luz.

Narciso se ahogó deslumbrado por su propia belleza. Como los espectáculos pirotécnicos. Son bellos, pero efímeros. Sin embargo hay una belleza aún mayor. El esplendor de la humildad que coloca a quien la tiene en su verdadero lugar sin pretender nada que exceda lo que le corresponde. Cuaresma es un tiempo para volver a mirar la verdad de lo que somos y ganar espacios a la humildad.

No está de moda. Es más, algunos hasta la reconocen como debilidad inhumana. Apagan la vitalidad y la potencia, la fuerza del yo que se pliega a no desplegar todas sus posibilidades. Pero esa humildad criticada por el vitalismo es digna de serlo. No hablamos del apocamiento ridículo de quien pudiendo y sabiendo no hace ni dice por una supuesta humildad. No es virtud el complejo. No.

La verdadera, la aquilatada actitud que llamamos virtud de la humildad es la capacidad de reconocer todas y solo las capacidades que tenemos, dejándose ayudar por quien sabe más o puede más que uno mismo. La capacidad de felicitar al otro cuando despliega sus potencialidades y no ahogarla en el pantano de nuestras envidias. Una persona humilde se conoce al vuelo. Como al contrario, una palmera de fuegos artificiales se reconoce inmediatamente, no solo por la oscuridad que le rodea, sino por las cenizas que deja.

Quien es humilde mejora el entorno. Porque convierte la noche en claridad. Reconoce sus límites y los remedia dando juego al equipo que le rodea. Las grandes personas no son la que lo saben todo, lo pueden todo y son capaces de hacer de todo. Las grandes personas lo son porque son capaces de rodearse de otros más brillantes que ellas y convertir la noche en mediodía.

Creo que es un buen tiempo para replantearnos nuestro nivel de humildad durante los próximos cuarenta días. Donde hay ceniza, puede haber fuego.

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