Un animal que tal vez ande ya en busca y captura parece ser el origen de la pandemia que viene afligiendo al mundo desde hace un año.

Se ignora si el virus pasó directamente de un bicho todavía anónimo a hospedarse en cuerpo humano o si el culpable fue un murciélago que se lo transmitió a otro animal de contacto más frecuente con la población, y de este último saltó a los hombres (y mujeres, naturalmente). Falta por identificar el animal intermedio, “potencialmente más cercano al hombre”, pero la ciencia está en ello.

Sabios de la Organización Mundial de la Salud que han investigado el asunto en China opinan que, en cualquier caso, la epidemia tiene un origen animal. Mala noticia para los creyentes en las teorías de la conspiración, que aún porfían en que el coronavirus fue creado en un laboratorio con Dios sabe qué turbios propósitos.

La hipótesis del murciélago es la más atractiva desde un punto de vista literario. En China están bien vistos y se les considera fauna de buen augurio; pero es el único lugar donde eso sucede. En el resto del mundo suscitan reacciones de miedo y grima, con la notable excepción del superhéroe Batman, que se limita a ir disfrazado.

Se les suele emparentar, exageradamente, con los vampiros, que en realidad son una ideación mitológica. Eso le sirvió a Bram Stoker para crear al personaje de Drácula, que tanto juego -y películas de terror- ha dado hasta ahora. Lo cierto, sin embargo, es que solo tres de las más de mil especies de murciélago se alimentan de sangre: detalle que sin duda rebaja el carácter vampírico que popularmente se les atribuye.

Más allá de esa infundada creencia, lo peor es su potencial condición de transmisores de gran número de enfermedades al hombre. Entre los patógenos que podrían traspasarle al ser humano está comprobado, mayormente, el que produce la rabia; pero también otros virus entre los que figuraría tal vez el SARS-CoV-2, causante de la Covid-19.

De ahí que estos amagos de vampiro enano se hayan situado entre los principales sospechosos a los que culpar del origen de la epidemia. La hipótesis es fácil de admitir, dada la mala prensa que padecen, salvo en China, estos animalitos a los que en varios pasajes de la Biblia se reputa de “aves inmundas”. Entre que viven en cuevas oscuras y que no ofrecen un aspecto exactamente agradable al ojo, resulta tentador que se acepte sin muchos reparos su papel de culpables.

Puede que resulte más inquietante, sin embargo, la posibilidad de que el virus lo haya traspasado el animal original -murciélago o no- a otro de más cercana convivencia con el hombre, según la OMS. Y que este último, a su vez, contagiase a los bípedos implumes hasta desatar la pandemia que ha puesto al mundo patas arriba.

Si tal fuera el caso, convendría que no identificasen demasiado pronto al animal (dicho sea con perdón y en términos puramente descriptivos) que por su mayor proximidad al ser humano le habría transmitido en segunda instancia el coronavirus. Mucho es de temer que se desatase una cacería popular del involuntario responsable.

Tampoco es para ponerse así. Antes de que los científicos de la OMS pusieran el ojo en el origen del virus, ya sabíamos que esta plaga es por su extensión y efectos una barbaridad o, si se quiere, una animalada. No hay por qué tomarla con los pobres animales, que bastante tienen ya con lo suyo.