Opinión | retiro lo escrito
Amarras rotas

Amarras rotas / Alfonso González Jerez
“Los constitucionalistas se quedaron en casa”. Tonterías. Se quedaron en casa unitarios e independentistas, unos hartos y otros desesperanzados y viceversa. ¿O no es constitucionalista el PSC? Si quieren que sea sincero, no estoy seguro del todo, pero la taxonomía política más habitual lo ha establecido así. Simplemente la mayoría los que se identifican con la Constitución y el Estatut han pasado de votar a Ciudadanos a votar al PSC, básicamente, porque no tenían otra opción, y no por el sex appeal electoral de Salvador Illa. La otra parte del voto que un día aglutinó Inés Arrimadas, así como una fracción de la porca miseria que se llevaba el PP, se encaminó a Vox: 11 escaños y cuarta fuerza política de Cataluña. Hoy se agotarán en Barcelona las reservas de cava extremeño.
Y volvemos a lo de siempre desde hace casi una década. La suma de las fuerzas inequívocamente independentistas obtiene una amplia mayoría absoluta. Pero es que daba igual que Illa hubiera conseguido media docena de escaños más: no tendría con quien pactar. Porque solo desde fuera de Cataluña o desde el interior alicatado de ciertos discursos partidistas se ignora que la situación de ruptura de amarras con el Estado español es ya irrefrenable. El procés es exactamente eso: rompemos amarras pero ya que no sabemos cómo hacerlo no nos queda más que la rabia melancólica o la melancolía rabiosa de jurar que más tarde o temprano lo conseguiremos. Mientras tanto el Gobierno catalán, más que gestionar los intereses generales, se dedica a gestionar esa tragicómica, insondable frustración. El Gobierno que agoniza, más que un gobierno, ha sido y será una perpetua, intensa y repetida performance.
La formación del nuevo Gobierno independentista no será fácil, sino más bien todo lo contrario. Será divertido averiguar si conseguirán el abrasivo respaldo de la CUP o, en cambio, los votos de En Común Podem, con los socios y amiguetes de Pablo Iglesias respaldando con sus escaños un Ejecutivo separatista y con la pretensión de servir de puente de comunicación entre ERC y Sánchez en los jodidísimos momentos que se avecinan. Mesa de diálogo convocada antes de acabar marzo y un compromiso claro para un referéndum pactado, como muy tarde, para el próximo año.
Salvador Illa será el jefe de la oposición parlamentaria. No hará mucho ruido ni, por supuesto, se presentará a una investidura, como lo hizo Arrimadas. He visto algunos tuits vergonzosos en los que tal o cual gerifalte socialista afirmaba que los escaños de Illa eran un aval a su gestión de la pandemia y otros insistían en que por culpa de la pandemia, por supuesto, no le votó más gente, porque prefirieron quedarse en casa. Son tonterías más o menos reconfortantes. En uno de sus discursos en las primeras Cortes republicanas, José Ortega y Gasset proclamó que el conflicto con Cataluña “no puede resolverse, puede, como mucho, conllevarse”. Tampoco queda mucho tiempo para eso. La estupidez y la ambición, una crisis económica y social cronificada y el adoctrinamiento durante dos generaciones a través de un conjunto de medios y mecanismos propagandísticos han conseguido que el relato independentista sea el único que cuenta con cohesión interna y capacidad simbólica para fantasear hacia un futuro habitable. Antes de una década habrá referéndum. Y antes de 20 años, una vez repetido, lo ganarán.
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