En el último informe de coyuntura presentado por CEOE-Tenerife se deslizaba un concepto en el que la gestión de la inmigración sería el problema número uno de Canarias si no hubiera pandemia.

Lo cierto es que es un clamor popular que Canarias no es, ni debe ser, una cárcel para inmigrantes.

No tenemos espacio, empleo, infraestructuras, fondos, ni territorio continuo suficiente para atender dignamente a estas personas.

Tampoco favorece a la imagen de la Islas el trasvase de inmigrantes desde puertos a plazas municipales, o a hoteles y mucho menos a campos de refugiados.

La gestión de la inmigración es la imagen de Europa, pero no debe ser la de Canarias.

Además, la inmensa mayoría de ellos no quieren quedarse en Canarias, pues saben de sus limitaciones, y se les impide la posibilidad de vivir en el primer mundo o de volver a su origen.

No se trata de que baje o suba la tasa de delincuencia en un momento dado. Se trata de la dignidad de las personas a las que ayudamos desde Europa o no.

No caben parches ni medias tintas.

Canarias es un destino amable, competitivo, al que se llega para disfrutarla y para compartir con sus habitantes las bondades de su clima, naturaleza, ocio o prosperidad.

Dejar a los inmigrantes en territorio fronterizo es tan injusto por parte de los 350 millones de europeos, como matar al mensajero o meter la cabeza en un agujero como el avestruz.

No se trata de esconder las vergüenzas. Se trata de solucionarlas y dar ejemplo.

Interno y global.