Es irrelevante que el PSC gane las elecciones catalanas. No gobernará. No gobernará en ningún caso. Las encuestas hace tiempo evidencian que Junts y ERC están próximos a sumar de nuevo mayoría absoluta y para alcanzarla podría contar con la CUP o con el PDECAT (a un precio más razonable). Es asombroso que presumamos petulantemente de una intachable incredulidad ante el mercado electoral pero sigamos devorando todos los marcos, los escenarios y los prejuicios que fabrican las oficinas electorales de los partidos.

Illa jamás ha tenido ni una miserable oportunidad de ser presidente catalán. El crecimiento del PSC en las encuestas se realiza mayoritariamente a costa de Ciudadanos y, un poquitín, del PP. No puede sumar con los escaños del llamado bloque constitucionalista. Por supuesto, podría casi con seguridad aritmética configurar una alianza con ERC y En Comú Podem para un tripartito, pero hay que estar chiflado para olvidar lo ocurrido en los cuatro últimos años. ERC siempre fue un partido independentista, pero ahora ejerce como tal. Se aliaron con los más ajustados representantes de la burguesía catalana y las clases medias más conservadores para poner en marcha un proceso de autodeterminación con el objetivo último de crear un Estado propio a corto plazo. Ni la actual Cataluña ni la Ezquerra Republicana de hoy son las de 2003. Los votantes de ERC entrarían en combustión si se produjera un acuerdo de gobierno con los socialistas. No existen suficientes incentivos para que cambien el eje territorial por el eje ideológico a la hora de tomar una decisión estratégica, y un pacto de gobierno lo es. Para ERC lo que se dirime en estos comicios es el liderazgo político y partidista del independentismo catalán y las nuevas estrategias frente al Estado español para superar el exhausto procesismo y dinamizar un movimiento secesionista más social y horizontal, más pragmático y más paciente al mismo tiempo.

¿Y qué hace entonces el señor Illa por ahí? ¿Para qué se destituye al ministro de Sanidad en medio de una pandemia mortífera y ruinosa y se le coloca como un candidato que no puede ser president, un candidato que solo puede aspirar a jefe de la oposición en el Parlament y que además no podrá bufarle demasiado a un Gobierno de ERC, socios cada vez más quisquillosos y renuentes en el Congreso de los Diputados? Primero, porque Iceta no daba más de sí, y quién mejor que su secretario de Organización para sustituirlo, evitando nuevos desfallecimientos y trifulcas que pongan en riesgo la meticulosa recomposición interna del partido. Para templar al fuego el reconfigurado PSC de Iceta había que crecer más allá de los 20 diputados. Y segundo, para Sánchez la prioridad no es ganar y gobernar en Cataluña, misión imposible que no puede distraer a un demagogo ambicioso como el señor presidente, sino disponer cuando toquen las elecciones generales, dentro de un par de años, de la amplia mayoría del voto no soberanista ni independentista. Con Ciudadanos perniquebrado, el PP casi desaparecido y los socios de Podemos estancados, el catalán que rechace cualquier aventura secesionista votará en las generales al PSOE. Porque Sánchez y su gobierno continuarán atendiendo bien, a veces muy bien, los anhelos de ERC. Sánchez, como Bernard Shaw, es modesto, y solo quiere unos cuantos años de inmortalidad en La Moncloa.