¡Dios, la que se armó cuando al vicepresidente del Gobierno de coalición de Pedro Sánchez se le ocurrió poner en duda “la normalidad democrática y política en España”!

¿Cómo osaba Pablo Iglesias arrojar la mínima sombra de duda sobre el funcionamiento de las instituciones democráticas en nuestro país?

Prácticamente había cometido Iglesias un delito de lesa patria, que inmediatamente aprovechó, como era de esperar, el Gobierno autocrático ruso para atacar a España a cuenta de los líderes independentistas catalanes presos.

No se entiende en efecto que el vicepresidente cargue de ese modo contra las instituciones del país al que su partido y él mismo contribuyen con mayor o menor acierto a gobernar.

Iglesias nos tiene por desgracia acostumbrados a semejantes desplantes, que hacen un flaco favor a cuantos votaron ilusionados a Unidas/Podemos y, lo que es más grave, a la causa de la izquierda en general.

¿No es consciente el que quiso un día asaltar los cielos que sus palabras iban a ser aprovechadas de inmediato por medios y lenguaraces tertulianos para poner en duda su condición de demócrata?

Lo mismo que ocurrió cuando, tras despotricar durante la campaña contra “la caspa”, aquél se compró un chalé en la sierra madrileña, a lo que tenía ciertamente pleno derecho pues se trataba de su dinero y el de su esposa ministra, pero que no respetaba el viejo dicho de “la mujer de César…”.

¿No es capaz de entender su privilegiado cerebro que cada uno de sus actos puede tal vez entusiasmar a sus partidarios más acríticos, pero repugna a los que votaron a su formación con la esperanza de que realmente supusiese un nuevo modo de hacer política como habían prometido?

Tratan de relativizar ahora sus palabras algunos desde el PSOE explicando que hay que entenderlas en el contexto de la campaña catalana, pero ni siquiera las elecciones justifican tamaña irresponsabilidad por parte de quien no es ya simple diputado sino ministro y vicepresidente segundo.

Porque las elecciones celebradas últimamente en el país demuestran que el comportamiento del engallado ex profesor de ciencias políticas de la Complutense está llevando a su partido y a sus socios como las Mareas a un desastre tras otro.

No quiere decir esto que la democracia española, ésa que algunos sitúan entre las mejores del mundo, no esté, como él dice y otros muchos también reconocen, necesitada de urgentes reformas.

Reformas para acabar con la indecente politización de la justicia, su exasperante lentitud a la hora de juzgar la corrupción de políticos y empresarios, la falta de transparencia, muchas veces, de la acción de gobierno y de la propia jefatura del Estado.

Hace falta sobre todo que los políticos comprendan que son servidores de quienes los eligieron y asuman la responsabilidad de sus actos, lo que significa que no tengan más remedio que dimitir cuando se les pilla en algún renuncio, algo que rarísima vez ocurre.

Pero ser sobre todo vicepresidente del Gobierno conlleva una gran responsabilidad, algo que, a juzgar por muchas de sus palabras, el líder de Unidas/Podemos no parece tomarse demasiado en serio. No se puede, como pretende Iglesias, estar en el Gobierno y jugar al mismo tiempo a oposición.