Opinión | Gentes y asuntos

Thyssen

Thyssen

Thyssen / Luis Ortega

Entre las cifras tenebrosas e incontestables de la pandemia que no cesa y que, en el colmo de la estulticia partidaria, se contestan sin sentido ni gracia; en la vuelta con mucho más ruido que nueces del tesorero Luis Bárcenas, que amenaza a quien se mueve y, al parecer, tiene menos munición de la prevista; en el cuplé sin letras nuevas ni estribillos, pero con mucho covid de las elecciones catalanas y en las monsergas sabidas de la que algún ingenuo o caradura llamó nueva política; en la obscena exhibición mediática de políticos amortizados que no se bajan del machito y en los cínicos exilios fiscales de los influencers, telepredicadores de nuevo cuño e indudable éxito popular, tuvo escaso, o mínimo, eco en los medios el acuerdo entre el estado español y Carmen Thyssen para que, tras una larga década de negaciones, la colección de la viuda del barón (más de 400 obras) se quede en España con un alquiler simbólico –algo más de seis millones de euros anuales hasta 2035– y un preferente y razonable precio de venta al término del contrato.

Si la llegada del alemán Heini Thyssen Bornemizsa con su espléndido equipaje de setecientos cuadros de maestros antiguos y contemporáneos fue un acontecimiento de primera línea –confirmado primero con el préstamo de la muestra en 1988– la compra de la colección en 1992 –contestada por críticos envidiosos y apellidos ñoños y tacaños– fue el suceso cultural del siglo XX. Ahora, Carmen Cervera, ha respondido con tanta inteligencia como generosidad y algunas de las graves lagunas de las colecciones estatales ven cubiertos huecos tan sensibles como la pintura holandesa y el expresionismo alemán, además de rescatar el emblemático Mata Mua de Paul Gauguin, que vuelve al Palacio de Villahermosa.

Los Thyssen entraron de lleno en la cultura española y, con algunas excepciones –Plácido Arango, Várez Fisa, Oscar Alzaga y Rodolfo Gertensmaier, entre otros pocos– demuestran más rumbo y elegancia, mejor estilo y mayor filantropía que la rancia –buen adjetivo, vive Dios– aristocracia que a diario le da la razón al inolvidable García Berlanga.

Tracking Pixel Contents