Se ha instalado un miedo permanente a los vaivenes sociales y a la falta de progreso en las soluciones necesarias para la tranquilidad social y económica de las familias y del tejido empresarial.

No nos merecemos el retraso de las vacunas ni los antivirales. Es más, no debemos renunciar a ninguno de los dos.

Seguimos perteneciendo al primer mundo, al que aspira el resto de la humanidad. Por ello tenemos la responsabilidad de aportar soluciones que puedan ser imitadas y podamos apoyar solidariamente cuando falten recursos en otras latitudes menos favorecidas.

Cualquier médico sabe que el tiempo y la anticipación en el tratamiento de enfermedades son fundamentales para salvaguardar la calidad de vida. O el mantenimiento de ella. En la economía también.

Queremos sentirnos sanos y protegidos para sentirnos libres. Tampoco aspiramos a ser el rey tuerto de una sociedad ciega.

No aspiramos a salir más fuertes de esta situación, si no salimos todos. Más concienciados. Más comprometidos.

No podemos negociar de rodillas. La ruina económica y social es innegociable, porque las soluciones no son infinitas y las estrategias deben anteponerse a las tácticas cortoplacistas.

Elijamos un modelo de prosperidad y riqueza y peleemos para alcanzarlo.