La ultraderecha es mala. No, la ultraderecha es pésima. Entre otras razones porque gracias a la ultraderecha el PP y Ciudadanos gobiernan en varias comunidades autónomas, y si es así, fíjese, es porque también el PP y Ciudadanos son ultraderecha, porque, si no, no se entiende. La comodidad con la Constitución española y el respeto a la democracia parlamentaria es más o menos la misma en el caso de Bildu que en el de Vox, pero es que Bildu es de izquierdas y le gusta dialogar, como a nosotros. En todo caso, aunque Bildu nos apoye en las Cortes, nosotros no somos de Bildu…

Iba a seguir por ahí, desarrollando los subtextos del insostenible y autocontradictorio discurso del sanchismo, pero creo que ya queda claro. Cuando Vox entró en las cámaras legislativas en el ámbito socialista se produjo una enorme alarma. “Siempre nos tendrán enfrente y siempre para ponerlos en su sitio” (Pedro Sánchez), “Son la ultraderecha de siempre, el franquismo que vuelve” (Rafael Simancas), “Su principal objetivo es asustar al país y desacreditar las instituciones democráticas” (Carmen Calvo). Se celebraron debates sobre cómo tratar a Vox política y periodísticamente, desde los que argumentaban que resultaba imprescindible plantarle cara y replicarles argumentalmente hasta aquellos que sostenían que lo mejor era no mencionarlos siquiera. ¿Acuerdos? Ya era una vergüenza que la derecha quedara cautiva de sus votos en lugar de someter a los fachas a un cordón sanitario que les aislase como un lector de Heidegger en un partido del CD Tenerife. Pues bien: todas estas angustias, escándalos, indignaciones y airadas reflexiones quedaron desintegradas ayer, cuando Pedro Sánchez le reprochó al líder del PP, Pablo Casado, que no tuviera la altura política y el sentido de Estado de Santiago Abascal, presidente de Vox. A algunos le pareció una jugada retórica muy hábil: golpea a Casado y pone a Abascal en una posición muy incómoda al recibir elogios de su destructor de España favorito. Pero no.

La gravedad del gambito verbal de Sánchez está en que por enésima vez evidencia la importancia de su propio triunfo sobre cualquier circunstancia. Si para neutralizar a Casado y seguir enarbolando la bandera de rey del mambo Sánchez debe piropear a Vox pues lo hace. Me gustaría saber cuántos partidos socialdemócratas europeos han sacado adelante una norma de la relevancia del último decreto ley – que ordenaba y estructuraba la gobernanza sobre los miles de millones que llegarán de la UE para dinamizar y modernizar la economía española– con el apoyo de una fuerza de extrema derecha. A Sánchez le importa un bledo. Esta praxis sanchista retrata política y moralmente en lo que se ha convertido el PSOE y la pocilga en la que estamos metidos. Los diputados del PP debieron coger la puerta y atravesar el pasillo hasta la salida, pero ahí le esperaban las últimas noticias de Bárcenas, el Cabrón. Si se hubieran marchado los de Unidos Podemos se tropezarían, en cambio, con una alto cargo del Ministerio de Igualdad que ejerció amorosamente de niñera de los hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero. Todos vuelven a la descansada, tranquila, cálida placenta parlamentaria, donde no puede pasar otra cosa que Sánchez siga siendo presidente del Gobierno sin que los errores, los abusos, las mentiras, torpezas e ineficacias de su gestión le cuesten ni cinco minutos de molestias desde ningún escaño de la Cámara. Y eso con 135 diputados.