Hace unos días se produjo en un edificio del centro de Madrid una explosión causada por un fallo en la manipulación del sistema local de distribución de gas municipal. Según todos los indicios, la deflagración se produjo por un fallo de alguno de los obreros o técnicos que estaban manipulando aquella instalación, en una periódica obligada revisión técnica.

En otro ‘desorden’ de cosas, aunque también en un suceso de gran magnitud, me narra un amigo que por los años ochenta, siglo XX, en una de sus visitas esporádicas a Madrid, se encontró de repente en plena calle con la explosión de un artefacto terrorista. Incluso ayudó irremediablemente a sacar objetos y utensilios del mobiliario que había sido dañado o destruido por la fuerza de la onda expansiva… ¡casi nada!

Si le añadimos morbo a mi relato, diré que en mis visitas a Madrid suelo pasar frente a un edificio de Telefónica, calle Ríos Rosas, donde el terrorismo había activado un artefacto explosivo. Siempre que transito a pie por ese tramo de la mentada calle prefiero pasar, por instinto de conservación, deprisa y por la acera de enfrente, la más alejada de la fachada del edificio objeto de aquel atentado.

El terrorismo es una lacra mundial que aún colea y que está surtiendo efectos políticos en algunas zonas del ancho mundo. Pocos países se ven libres de esta ‘servidumbre’. Otros territorios se lo han ‘buscado’ por su política de ‘mala vecindad’ o por tener ubicadas en su demarcación territorial razas distintas con viejas rencillas históricas o hábitos y tradiciones de lengua, costumbres o religión, que los hacen convulsivos en sí mismos y en sus relaciones mutuas.

Un ejemplo flagrante fue la descomposición de la antigua Yugoslavia a las órdenes del mariscal Tito, en un periodo de posguerra mundial (1939-45) de varias décadas, donde luego, por los años noventa, se enfrentaron las distintas regiones en una guerra fratricida (croatas, serbios, bosnios, musulmanes…) con cientos de miles de muertos.

En algunos casos, y esto es lo más penoso, hay que achacar la culpa a los organismos internacionales que no cumplen con su obligación de vigilancia, control y apaciguamiento, creados a priori entre otras cosas para preservar la paz: la ONU, la OTAN, la CEE ahora llamada UE, la Liga Árabe…

La manera de denominar y calificar con cierto cinismo estos conflictos, suele ser con un apelativo según de la parte de donde se miren. Mientras algunos lo consideran ‘guerra santa’, para otros es ‘terrorismo de estado’.