Lo han llamado “reproducción aleatoria”. No se asusten, ya han dicho que están buscando una denominación más atractiva. Se trata de una nueva función que la plataforma Netflix anunció la semana pasada y que pondrá en marcha este mismo año. La empresa, pensando siempre en la comodidad del usuario, ha querido resolver un problema que empezaba a ser preocupante. Al parecer, los usuarios perdemos mucho tiempo dando vueltas por el menú sin decidir qué ver. Es cierto que la oferta resulta tan apabullante que hace realmente complicado decantarse por una opción concreta. Más que nada –todo hay que decirlo– porque estamos olvidando que, igual que no veíamos todas las películas que se estrenaban en el cine, tampoco es imprescindible que veamos todas las series. Una especie de ansiedad devoradora, una glotonería desmedida, parece haberse apoderado de nosotros. A ver quién es el valiente que se atreve a salir al patio de las redes sociales y reconocer que no ha visto Gambito de dama, ni Borgen, ni El ala Oeste, ni siquiera Patria. Qué incultura, por Dios. Quedaría como un paleto. No estaría à la page. Sería tan poco “cool” que ni siquiera entendería los mensajes del vicepresidente del Gobierno. Si usted se encuentra en ese caso, deje de preocuparse. Netflix ya tiene la solución y pronto la va a poner a su alcance. Con la revolucionaria función de reproducción aleatoria se acabaron sus problemas. Adiós a las horas perdidas leyendo sinopsis, repasando listas de las series más vistas, comprobando cuántas de las series preferidas del vicepresidente le quedan por ver. Adiós a ese insoportable malestar que es la indecisión. Netflix elegirá por usted. Para ser exactos, quien elegirá por usted será un algoritmo preparado especialmente para usted por los mejores programadores de la prestigiosa compañía de streaming. Usted repose cómodamente y no se preocupe por nada. El algoritmo sabe exactamente lo que necesita. Porque, aunque usted no conozca muy bien al algoritmo, el algoritmo le conoce a usted mejor que su propia madre. Se preguntará de qué le conoce, claro. No le conoce de toda la vida, sino solo desde que usted empezó, sin darse cuenta, a clicar distraídamente botones de ok, a poner likes cuando le preguntaban si el mensajero había sido educado, o dejar rácanas propinas al chófer de Uber. Sí, rácanas, porque al algoritmo lo sabe todo. Y, además, porque mientras usted daba vueltas por la gran oferta de series y películas, el algoritmo iba tomando nota de que usted se detenía más tiempo en unas que en otras, que de algunas hasta veía un trailer y, además, sabe con certeza que tipo de libros y de música le gustan, porque un primo del algoritmo trabaja de lo mismo en un famoso gran almacén a distancia. Por si usted es un poco tonto –no digo que lo le sea, pero lo puede ser como cualquiera– y no sabe lo que necesita, el algoritmo está preparado para detectar lo que a usted le conviene y ni siquiera lo sabe. Lo decía de forma muy clara el muy avispado capitán Beatty en Farenheit 451. Los seres humanos tendemos a sentirnos desgraciados cuando nos vemos obligados a tomar decisiones, lo que supone elegir una opción, pero también rechazar otra. Lo mejor para evitar esa desgracia, según el capitán, es ahorrarle el trance al pobre que esté en la encrucijada, y enseñarle solo uno de los aspectos sobre los que decidir. O mejor, aún, no enseñarle ninguno. Es decir, decidir por él. Estamos delegando funciones que nos son propias. Poco a poco vamos haciendo dejación de la voluntad, esa aptitud que supone “la facultad de decidir y ordenar la propia conducta”. Y debe ser muy importante porque mi madre me repetía una y otra vez: “Tú, Juan Carlos, no vas a llegar a ninguna parte, porque no tienes fuerza de voluntad”.