En medio de las zozobras que no cesan reconforta encontrarse, y sin esperarlo, con un hontanar de estremecida belleza como es la obra de la pintora zamorana Delhy Tejero (Adela Tejero Bedate, Toro, 1904 - Madrid, 1968), que exhibe hasta el próximo sábado día 30 la Fundación Cristino de Vera. En la veintena de lienzos y cartones reunidos en la breve selección se percibe bien la personalidad rebelde, solitaria y anticonvencional de una mujer que, acaso por serlo así, ha permanecido arrumbada largo tiempo fuera del puesto que debe corresponderle en el panorama del arte español contemporáneo.

Subyuga la potencia de sus pinceles, que sin embargo no ocultan semiescondidos timbres de lirismo salpicado de cierta melancolía, que a veces se solaza en la ternura o deja escapar ráfagas apenas perceptibles de tristeza o se manifiesta en ágiles piruetas cromáticas que hasta se adentran a lo domínguez en el mundo onírico de la decalcomanía. Se columbra en sus pinceles el ímpetu del arte del siglo XX transustanciado por una sensibilidad singular.

Asoman, unos apenas, con fuerza otros, destellos picassianos, o de Kandinsky o de Miró o de Óscar Domínguez (con quien se encontró en París), las vanguardias, los expresionistas, el mundo surreal, la abstracción, y hasta las extensas parameras de un Benjamín Palencia o un Pancho Cossío, pero transfigurado, cernido finamente y recreado todo por sus estados de alma.

En la obra de Delhy Tejero se condensa la esencia y la potencia de ese océano, su riqueza inabarcable y su poderío, molturado por un espíritu inconformista e independiente. Nada merma su esencia. En mi bloc de emociones he registrado, subrayándolo, este encuentro inesperado. Y una nota marginal, para uno no desdeñable: su relación artística con al menos tres isleños esenciales, el gomero José Aguiar, el lagunero Óscar Domínguez y el grancanario Manolo Millares.