Poderoso caballero es don dinero. Bruselas compró 300 millones de dosis de la vacuna del laboratorio AstraZeneca y la Universidad de Oxford, así como otros 100 millones de dosis adicionales. O sea, la cantidad necesaria para vacunar a 200 millones de personas (con dos dosis). Pero ahora, el laboratorio alega inconcretos problemas de producción y advierte que no puede cumplir el suministro prometido en los plazos previstos. Casualmente, lo mismo que ha dicho Pfizer. Y eso ha disparado todas las alarmas. ¿Existe un problema en la producción de los dos laboratorios? ¿No es eso muy raro? ¿O es que hay países que están ofertando más dinero por las vacunas y se está desviando el abastecimiento prioritario? El cabreo de los responsables de la UE empieza a ser perceptible. Tanto que la comisaria europea de Sanidad, Stella Kyriakides, aseguró esta semana que la Unión Europea ha sufragado el desarrollo de la vacuna y su producción “y quiere ver el retorno”. “La UE quiere las dosis firmadas y prefinanciadas cuanto antes y queremos que el contrato se respete íntegramente”, dijo. Más claro, el agua. La UE ha destinado en total 2.700 millones de euros a financiar a las farmacéuticas para la obtención de la vacuna contra el coronavirus que ahora parece estar sometida a la presión de los compradores internacionales. El problema es que al tener que pinchar una segunda dosis a los 21 días, el corte en el flujo del suministro puede dar al traste con los planes de vacunación. La alarma que se ha despertado no es gratuita.

De los cantos gregorianos hemos pasado a las malagueñas. Del triunfalismo a la melancolía. Y de las promesas a la realidad. Quienes calcularon que la crisis turística sería breve se equivocaron. Quienes aún sostienen que acabará con la llegada del próximo verano la pifian. Cuando metes la pata en un tema una vez, es un error. A partir de dos empieza a ser estadística.

Al Gobierno de Canarias se le ha perdido en una gaveta el Plan Reactiva. Aquel de los miles de millones para salvar las islas. Han descubierto que no tienen tanto dinero como pensaban. Que no hay suficientes lanchas salvavidas para la cantidad de náufragos que se están hundiendo en estos siete ceniceros del Atlántico donde se apagan las colillas olvidadas por el Gobierno peninsular. Si la pérdida de 1.400 millones por las nevadas de Filomena ha supuesto que se declare a Madrid zona catastrófica, ¿qué somos en esta tierra que ha perdido más de diez mil millones de ingresos en su economía productiva? Pues no somos nada. Y no somos nadie.

De esa callada manera, algunos gobernantes canarios empiezan a verlo más negro. Ya se atisba que la corte sanchista del Gobierno peninsular, ensimismada en sus cataluñas y sus euskadis, no se interesa ni por la emigración ni por la pobreza. Y que la olla a presión sigue calentándose.

En las islas tenemos ciento cincuenta mil pequeños negocios. Dedicar 165 millones para salvarles es como darle una aspirina al que tiene una neumonía. Es un quiero y no puedo. Y por cierto, elegir a 20.000 “empresas viables” para ser ayudadas ¿quiere decir que a las demás las dan por perdidas? Porque parece que sí. Ni siquiera sumando el esfuerzo de los ertes, de los créditos o de una posible moratoria de impuestos, salvaremos de la extinción al tejido productivo. Nadie aguanta, si no hay actividad económica.

Esto es lo que hay. El turismo no va a volver hasta finales de año. Depende de una vacunación que no va al ritmo que debiera. Y depende de lo que pase en Europa, donde la pandemia no solo no mejora, sino que empeora hasta el punto de que el Reino Unido está pensando en cerrar fronteras. La cifra de ocho millones de turistas que adelantaron desde el gobierno, con la fe del carbonero, es otra exhibición de fantasía política que se compadece muy poco con la realidad. O lo que es lo mismo, a pesar de lo que oigan, la crisis económica y social de esta tierra irá a peor en los próximos meses.

Para sobrevivir necesitamos la intervención financiera del Estado. Necesitamos fondos de ayuda y la capacidad para manejarlos desde criterios de emergencia social que acorten los plazos y simplifiquen el infierno de la burocracia. Las colas del hambre crecen sin parar y el ruido empieza a llegar de forma atronadora a las orejas de los que mandan en las islas. Se les está cambiando la cara. El que pueda ver que vea y el que pueda oír que oiga: Canarias está crujiendo ya por los cuatro costados.