La arbitrariedad se opone al principio de legalidad o previsión normativa de determinadas conductas socialmente relevantes, la ley las precede antes de que ocurran. En el caso de la política sería un engranaje que trata de impedir que los gobernantes actúen a su libre arbitrio. La arbitrariedad es la tiranía, un poder cuyo ejercicio no se somete a la supervisión o control del contrario y otros poderes. Hablar en estos tiempos de posmodernidad, aplicada en tantas disciplinas a nuevos fenómenos, no es más que atenerse al arsenal de elementos nuevos de análisis y comprensión de nuestra sociedad y cultura.

Es el caso de los cambios antidemocráticos de régimen. Los golpes de estado ya no se dan con los tanques ocupando parlamentos ni televisiones, sino por sistemáticas restricciones y arrinconamiento de la oposición, manteniendo la democracia formalmente, pero detentando el control de todos los poderes del estado. Es el ejecutivo el que fáctica y legalmente ostenta todo el poder con los contrapesos disfuncionales e inactivos. La legalidad va transformándose y devaluado el juego institucional, que se logra arteramente con toda una panoplia de ardides, trampas y habilidades legales retorciendo el espíritu y finalidad de la ley.

Si en un polo está EE.UU. con su finísimo y previsor mecanismo de contrapoderes legales, en el que la ley y las instituciones muy difícilmente pueden ser quebrantadas por la ambición o propio interés del gobernante, en el otro está Venezuela que ha demostrado con su programa “socialismo del siglo XXI” lo que realmente era: la sublevación/subversión pasaba a dirimirse en los despachos, desreglamentación sostenida de conjuntos normativos y con el sometimiento estratégico de todos los poderes.

Estados Unidos ha demostrado que los fundadores de la patria, lejos del optimismo antropológico boy-scout del inerte Rodríguez Zapatero, cultivaron justamente lo contrario, el pesimismo antropológico (capacidades intelectuales y vitales radicalmente antagónicas): no se fiaban del individuo poseedor de ambiciones, egoísmo, egotismo, voracidad lucrativa, amiguismo contra cuya oportunidad y tentación concibieron su neutralización. Zapatero, volátil, descubrió peligrosamente tarde Venezuela, Sánchez y camarilla desarrollan las técnicas venezolanas de corrupción y falta de escrúpulos, con una corte de familiares, amigotes de toda la vida, parejas, correligionarios iletrados, asesores, mantenidos, comprados-subvencionados en la medida que todavía son posibles en Europa (su límite), y en la singular psicología psicópata –sin un vago criterio moral o al menos mera decencia- su originalidad.

Esta cohorte de vividores, ventajistas, aprovechados, vagos, ineptos, inmorales están desarrollando la corrupción tiránica, no de partidos (ya ficciones), sino por psicópatas gubernamentales, la arbitrariedad posmoderna que va desmontando instituciones y reglas e imponiéndose con abusos, desfachatez y, sobre todo, desprecio general (de determinante pulsación psíquica) a todo/s.