Últimamente se ha convertido en una tradición que, cuando con la actualización del Padrón Municipal se publican las cifras oficiales de población, salgan artículos en prensa en los que las islas y municipios que más crecen demográficamente presuman, bajo el supuesto de que ello demuestra un mayor dinamismo social y económico y capacidad para liderar el archipiélago. Sin embargo, se le suele dar mucha menos importancia a otra interpretación que podría sacarse de los datos: y es que ninguna isla puede liderar un archipiélago si las Canarias no son más que una mera yuxtaposición de islas con menos relaciones entre sí que con el exterior, es decir, si no son un archipiélago. La explotación estadística del Padrón muestra que los canarios, a la hora de cambiar de residencia, apenas se mueven entre islas, y que, si bien todas las islas han atraído en los últimos años población venida de otros lugares, apenas atraen a población de otras islas. En 2019 sólo un 1,2% de la población de Tenerife había nacido en Gran Canaria, porcentaje que baja al 0,9% si se mide al revés. Y, si bien hay algo más de movimiento entre las islas de una misma provincia, los datos demuestran que los canarios no se sienten miembros de un archipiélago, y a la hora de abandonar su isla es más probable que se vayan al resto de España o al extranjero que no que vayan a otra isla.

Entre la colonización europea y la creación del estado moderno a principios del XIX Canarias era un archipiélago. Cuando Jean de Bethencourt conquistó Lanzarote pasó enseguida a Fuerteventura, a diferencia de muchos canarios actuales que pasan años sin visitar otra isla que aquella en la que viven. Durante siglos la economía de las islas funcionó de manera conjunta, unas eran los graneros del archipiélago y los nobles y terratenientes de unas islas tenían intereses en otras. A partir de principios del XIX, el cambio del modelo económico, además de otros factores, llevaron a que cada isla se relacionara directamente con el exterior y a que apenas hubiera relaciones entre ellas. Tras más de 50 años de dominio del turismo en la economía canaria un viaje en barco entre las islas es muy ilustrativo de la percepción del espacio que tienen los canarios: aparte de algunos equipos deportivos y de quienes viajan por trabajo lo que más te encuentras es a extranjeros que van de una isla a otra. Para los turistas que nos visitan, disfrutar de las maravillas que les ofrece una isla no es ningún impedimento para disfrutar de las que les ofrecen las otras. Por el contrario, muchos canarios tienden a considerar poco menos que un crimen de lesa patria el asumir que en otra isla pueda haber algo por lo que valga la pena salir de la propia.

Quizá por influjo del turismo muchos canarios piensan que su isla es lo más bonito del mundo, que todo el mundo debería visitarla, y que si hay turistas que van a otras islas es sólo porque van engañados, o porque hay gente que no sabe apreciar lo que es verdaderamente bonito. Es, por ejemplo, como si los sevillanos pensaran que los japoneses que visitan Granada van engañados, porque lo más bonito de Andalucía es Sevilla. La conciencia colectiva ultra periférica que hemos desarrollado en las islas es esquizofrénica. Por un lado, pensamos que el lugar donde vivimos es “uno de los lugares más necesitados del mundo”, debido a que los “malvados” que viven fuera nos hacen daño: “el Gobierno de Madrid discrimina a Canarias; el Gobierno de Canarias discrimina a mi isla” y en base a ello pedimos ayudas y subvenciones. Por otro lado, pensamos que vivimos en el mejor lugar del mundo y por eso nos visitan todos los años millones de turistas, y más que nos visitarían si no fueran por las arteras mañas de otras islas que nos roban turistas. Y lo más curioso es que todo esto obedece a una concepción del turismo que ya está desfasada. En los inicios de la Sociología del Turismo algunos teóricos plantearon que el turismo contemporáneo podía comprenderse por analogía al peregrinaje. De la misma manera en que cabía esperar que los miembros de una religión hicieran alguna vez un peregrinaje a los lugares sagrados de la misma, los miembros de una cultura han de peregrinar al menos una vez en la vida hacia los lugares “sagrados” de esa cultura. Esta teoría ayuda a comprender el tipo de turismo por el cual muchos hemos acudido alguna vez a los centros de la “cultura legítima” (Roma, Londres, París…) pero no ayuda en absoluto a la hora de entender cómo hay europeos que llevan viniendo años a la misma isla.

Canarias no es un archipiélago en la mente de los canarios porque, mentalmente, la mayoría de la población vive en su isla, y sólo una pequeña minoría vive en Canarias. Hace mucho que un conocido humorista decía “no conocen La Gomera y se van a Cancún”. Lo que se le escapó es que para muchos canarios visitar otra isla es poco menos que una traición a la propia. En la mente de muchos canarios está más cerca, o al menos se le da más importancia, Madrid, Barcelona, París o Londres que el resto de islas. Aunque resulte menos glamuroso decir “vengo de La Gomera” que “vengo de Madrid” (o de Londres), Canarias empezará a existir como archipiélago, y no como meras islas yuxtapuestas, cuando en nuestros esquemas mentales los canarios demos más importancia a las relaciones con otras islas, que las podemos ver (desde todas las islas se ve al menos otra), que no con Madrid o Londres, que están cerca sólo en nuestra mente. O, puesto en los términos de las primeras teorías sociológicas del turismo, cuando visitar otras islas sea también visitar las fuentes de nuestra cultura legítima, y ésta no se limite sólo a lo de fuera.