Estos son los datos de 2020: “(…) en Santa Cruz de Tenerife se incoaron 285 demandas de divorcio consensuado, 237 de divorcio no consensuado, ocho separaciones contenciosas y siete de mutuo acuerdo”. Pero, ojo, estos son datos solo del confinamiento duro de la primavera del año pasado, entre el 1 de abril y el 30 de junio de 2020. En general, el año pasado se contabilizaron en toda las islas Canarias 1445 procesos de pareja. Si nos comparamos, Canarias es la autonomía con mayor número tanto de separaciones como de divorcios (consensuados y no consensuados) en el segundo trimestre de 2020.

Cuando leía estos datos recordaba aquella canción del año 2000 de Ella Baila Sola, dúo compuesto por Marilia Andrés y Marta Botía que llevaba como título Cómo repartimos los amigos, y que describe la experiencia de la separación con otra mirada más holística que la mera liberación de los problemas de la convivencia. Pedazos de aquella letra son todo un enjambre de dolor e incertidumbre que otros padecen: “(…) Pero es cierto, ninguno está contento / yo no soy el tuyo y tú no eres mi centro / ya no, esto se acabó / Nada es tuyo, nada es mío / cómo repartimos los amigos / cómo repartimos los recuerdos de este amor (…)”.

Tras una ruptura nada queda igual que antes. Siempre hay damnificados. No solo los amigos que no saben por quién tomar partido, pues en toda ruptura el inocente tiene al menos el 30 % de culpa. Todos son ordinariamente responsables de la historia de convivencia que es un matrimonio y, aunque nos encanta el argumento de novela en el que siempre aparece nítidamente la frontera entre los buenos y los malos, las cosas no suelen ser tan sencillas.

Nuestra condición de seres sociales, enlazados biográficamente con personas, que compartimos ámbitos de convivencia y no solo cosas materiales, produce siempre heridas al desarraigarse un itinerario de convivencia interpersonal. El problema no es solo el final de la historia. Hay que prestar mucha atención al inicio del camino y a la solvencia psicológica sobre la que se edifica una pretendida historia compartida. El amor es un don, pero siempre es una tarea.

Pero miremos la realidad desde la perspectiva de los amigos. Sí, de aquellos que ven venir el tsunami y mantienen esa actitud pseudorrespetuosa de no entrometerse en los pareceres ajenos, dando por supuesto que los conflictos no necesitan ayudas externas. A la postre siempre queda la apelación al “yo ya lo veía venir”. Chica perspicacia, amigo. Y, ¿qué hiciste o intentaste hacer para que lo que veías venir no llegara? ¿Ni siquiera te pusiste a la disposición? ¿Ni siquiera le indicaste que existen lugares especializados en la orientación matrimonial y familiar? Un amigo es, parafraseando a Cicerón, como la sangre, que acude a la herida sin ser llamada.

Un buen amigo se implica en el bien del amigo. No le deja caer cuando lo ve en peligro. Lo otro no puede ser denominado amistad. Repartir los colegas de cerveza y partido de fútbol en el bar, los compañeros de excursión y de deporte, esos son más fáciles de repartir. Pero los amigos son el problema. Los verdaderos amigos no se pueden repartir, porque siempre son amigos, porque la fidelidad es característica de la amistad. No se pueden repartir los amigos, como no se pueden repartir a los hijos, ni a los abuelos.

Ya podríamos en Canarias destacar por otros aspectos sociológicos…