A veces cuesta retrotraerse en el tiempo y llegar a un punto en el que la pandemia de coronavirus no fuese el monotema de las noticias públicas y las conversaciones privadas. De hecho, hace apenas un año recorríamos calles y plazas ajenos a las mascarillas y abrazándonos sin temor. Por supuesto, concedíamos a la salud un lugar importante en nuestra escala de prioridades, pero no sabíamos hasta qué punto su ausencia impide nuestro desarrollo a todos los niveles. A esta realidad incontestable cabe añadir que, para mayor desgracia, atravesamos una etapa muy preocupante en cuanto a la proliferación de noticias falsas que, precisamente en ámbitos como el sanitario, cobran un inexplicable protagonismo, resultando particularmente dañinas y constituyendo, por sorprendente que parezca, un tercio del total.

En relación con este fenómeno, hace unos años vio la luz la necesaria iniciativa “Salud sin bulos”, con la finalidad de neutralizar la propagación de estas prácticas tan funestas de desinformación rápida y frecuente que hallan en los buscadores y en las redes sociales su campo de operaciones. Lo conforman un grupo de profesionales de la Sanidad, así como miembros de sociedades científicas, integrantes de asociaciones de pacientes y periodistas con oficio que desmontan en su página web multitud de fake news para, de ese modo, ofrecer a los usuarios los datos correctos y fidedignos en los temas de referencia. Y ello es así porque los objetivos que ha de perseguir la información sanitaria en Internet pasan por transmitir, divulgar, educar, concienciar y, cómo no, prevenir. Sin embargo, la irresponsable actitud de algunos individuos contribuye a crear en la población atmósferas de miedo, duda y desesperanza absolutamente intolerables y, a mi juicio, debe denunciarse y castigarse.

No es de recibo apelar a cualquier insensatez, desde la conveniencia de tomar agua no potable como fuente de energía a la ingesta de lejía para combatir el Covid19. Los bulos sobre la salud corren por la red como la pólvora y trascienden al limón que sana las patologías cancerígenas o a la ingesta de papas fritas que ayuda a evitar la alopecia. Tal vez lo más indignante es que no se reducen a una mera anécdota, sino que alcanzan la categoría de verdad. Incluso existen personas famosas que refieren opiniones lesivas sin contrastar ninguna fuente, generando irresponsablemente la correspondiente alarma social. Una de las principales consecuencias es la generación de falsas expectativas en los pacientes, desinformación sobre cuestiones de salud que la ciencia ya se había encargado de resolver, y desconfianza hacia herramientas de salud pública que ya han demostrado ser de gran efectividad y seguridad.

Se alude al nefasto Doctor Google como vía de información a menudo errónea, sin calidad y peligrosa. Esa tendencia incluye también las dudas legales asociadas al diagnóstico de una enfermedad, habida cuenta que a veces existen lagunas legislativas al respecto. Ahora bien, desde la red obviamente no se pueden rellenar. En este sentido, algunos facultativos reconocen que no emplean un lenguaje comprensible por los pacientes cuando tratan de asuntos médicos y científicos, situación que, por contra, quienes ejercen las pseudociencias han sabido solventar con ingenio, dando visos de verosimilitud a su discurso y sumando adeptos a su causa. Desde las asociaciones de pacientes se insiste en la necesidad de humanizar la información e incluir testimonios objetivos, veraces y contrastados. Debería acompañarse asimismo de declaraciones de especialistas que apuesten por las fuentes oficiales y la divulgación con criterio, en detrimento de las opiniones particulares y las meras especulaciones. De ese modo, la acogida y el interés de los receptores sería a buen seguro muy otra. Entre todos debemos aunar fuerzas y denunciar cuantos bulos sanitarios encontremos a nuestro paso, ya sea en mensajes de WhatsApp, correos electrónicos, redes sociales, blogs pseudocientíficos y, por supuesto, determinados medios de comunicación que representan una afrenta para una profesión tan esencial. El éxito dependerá, en gran medida, de la coordinación entre instituciones, profesionales, pacientes y comunicadores. Una vez más, la unión hace la fuerza.

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