Los exilios de España

La mirada corta de la actualidad diaria y el desconocimiento de la historia de España han propiciado que las declaraciones de Pablo Iglesias sobre el exilio del president Carles Puigdemont causen la enésima polémica política.

Los historiadores han demostrado sobradamente que exilios, en España, ha habido muchos. Basta con leer libros como La España del exilio, del catedrático Juan B. Vilar, donde estudia las emigraciones políticas de los siglos XIX y XX. Antes de entrar en materia, hace un repaso de los términos utilizados para definir ese concepto. Explica cómo en los siglos XVIII y XIX se utilizaba emigrado y que no fue hasta el siglo XX cuando se empezó a emplear exiliado. Vilar escribe, y cito textualmente, que “se entiende que el exiliado o expatriado es excluido de su país de origen por considerársele un delincuente político, de acuerdo con la normativa legal vigente en el respectivo país de origen y en cada circunstancia histórica concreta”. En España se ha exiliado todo el mundo: desde carlistas hasta anarquistas.

El primer exilio contemporáneo se vivió a raíz de la Revolución francesa, cuando la monarquía, temerosa de que la fiebre guillotinesca se apoderara del pueblo, identificó a los residentes franceses como potenciales agentes de propaganda. En 1791 abandonaron España unos 12.000 franceses y, en ese camino, los acompañaron un grupo de ilustrados simpatizantes con el movimiento revolucionario. Sabían que, si se quedaban, los esperaba la cárcel o la horca.

Algunos volvieron durante la invasión napoleónica de 1808, convencidos de que la acción francesa liberaría a España de una monarquía anticuada que impedía la modernización del país. Pero los napoleónicos se volvieron con el rabo entre las piernas y, con ellos, un contingente de españoles que han pasado a la posteridad como los afrancesados. Entre estos estaba el padre de Mariano José de Larra. Él, que compartía ideología con su progenitor, escribió: “Por poco liberal que uno sea, o está en la emigración, o de vuelta de ella, o disponiéndose para otra”. Y tenía razón porque aparte de huir en 1814 también tuvieron que marcharse en 1823, cuando fracasó el Trienio Liberal y Fernando VII inició una furibunda persecución contra los que, en 1820, habían querido convertir España en una monarquía constitucional.

Ahora bien, los liberales no tenían la exclusiva del exilio. Los carlistas también se marcharon en varias ocasiones durante las guerras civiles vividas entre 1833 y 1876. Cada vez que sufrían un revés en el campo de batalla, cruzaban la frontera pirenaica. Eso sí, estaban obligados a entregar las armas a las autoridades francesas. Exactamente de la misma manera que tuvieron que hacerlo los soldados republicanos durante la retirada de 1939. Según el historiador Pedro Rújula, en Francia en 1840 había refugiados cerca de 36.500 carlistas.

Durante la Restauración (1875-1923), algunos republicanos como Ruiz Zorrilla huyeron para maquinar el final del régimen borbónico. No tuvieron éxito pero la situación política española se fue degradando y, como suele ocurrir, provocó mayor represión contra los críticos. En 1917, por ejemplo, se exiliaron tres políticos muy diferentes: Alejandro Lerroux, Indalecio Prieto y Francesc Macià. Todo ello fue a peor con la dictadura de Primo de Rivera. Entonces fue el turno de los anarquistas, a quienes se culpaba de todos los males.

Un capítulo más

En 1931 se proclamó la República, pero, tensionada por los extremos, se acabó rasgando por el golpe militar de 1936. Enseguida se produjo una violenta respuesta revolucionaria que perseguía la gente de orden. Sí. Hubo exiliados de derechas en 1936.

Ahora bien, en ningún caso el volumen de aquel exilio se puede comparar con la avalancha de 1939, porque nunca hasta entonces se había puesto en marcha una maquinaria represiva de aquella magnitud. Nuestro presente es amnésico y elimina toda perspectiva de los hechos. Nos impide pensar que 1939 no fue un caso aislado ni un punto final, sino un capítulo más de los exilios españoles.