Me anticipa un pequeño empresario, con mucha mala leche, que ahora que han cerrado el uso interior de los bares y restaurantes de Las Palmas, “el Gobierno canarión seguro que va a aprobar muy rápidamente las ayudas que no ha dado a los hosteleros de Santa Cruz. Va a ser la única forma de que cobremos, porque los políticos de esta isla no tienen sangre”. Literal. Como verán, hasta el coronavirus tiene lecturas de pleito. Pero es cierto que a Ángel Víctor Torres le están cayendo de todos lados. La subida del AIEM ha cabreado a los empresarios y a muchos consumidores. Las colas de ciudadanos que están pendientes de una pensión o de una ayuda empiezan a ser insoportables. Y los autónomos –a los que le han subido las cuotas– y las pymes no hacen más que mirar al Gobierno pidiendo agua por señas. Vidina Espino, la diputada de Ciudadanos, le ha puesto una corona de su apellido a Torres preguntándole dónde está el dinero del Plan Reactiva y cuestionando por qué no se han gastado los 400 millones que tiene guardados el Gobierno en el cajón (no sé si se refiere al convenio de carreteras o al superávit del año pasado). Y tiene razón. El Gobierno anunció un plan extraordinario de rescate dotado con más de cinco mil millones de los que nadie sabe ni la hora. Se anuncian medidas urgentes, ayudas extraordinarias, actuaciones de auxilio... pero los días pasan y no se aprueba nada. ¿Dónde van a llevar las ayudas a los más vulnerables, a los de las colas del hambre o a los pequeños empresarios cuando las aprueben? ¿Al cementerio?

Pablo Iglesias, líder de la oposición y vicepresidente de eso que se llama Gobierno de España, sigue siendo el más listo de la clase. Cada vez que le sale de la coleta aparece en la televisión –su medio favorito– con un palo y una zanahoria. Y allá que van todos en este país a darle en el bebes. Que hablen de ti, aunque sea mal.

Pero esta vez no entiendo muy bien por qué lo ponen a parir. Pablo Iglesias ha dicho que Carles Puigdemont es un exiliado político, lo mismo que los que huyeron de la España franquista. Es decir, que el líder independentista catalán, huido a Bélgica para escapar de la justicia española, es un mártir político perseguido por un Estado totalitario de cuyo gobierno forma parte el que hace las declaraciones.

Iglesias no ha dicho nada sorprendente. Es lo que piensa desde hace años. La mayoría de los líderes de Podemos son partidarios de la autodeterminación de los pueblos de España, una tradición de la izquierda comunista española de toda la vida. Conviene recordar que, entre otras, una de las causas de la muerte de esa mitificada Segunda República española fueron la sangrientas tensiones separatistas de Cataluña, que debilitaron aún más un Estado convulso. O sea, que los que hoy tanto añoran la república son herederos intelectuales de los cómplices de su asesinato. Muy divertido.

Cataluña ha ganado ya las batallas del lenguaje y los sentimientos. Y terminará ganando la guerra. Han arrodillado cuantas veces han querido al Gobierno de Pedro Sánchez, que necesita esos votos para sobrevivir y está dispuesto a pagar casi cualquier precio por ellos. Hablamos ya con normalidad de “presos políticos” porque hemos admitido que es lo que son y no “políticos presos” por cometer delitos. Y el sacrificio de esos héroes detenidos por un Estado represor ha disparado el romanticismo mitológico de todas esas generaciones educadas durante veinticinco años en el sueño de la libertad y la independencia por Jordi Pujol.

Pablo Iglesias no ha dicho nada que no piense, pero ha dicho probablemente menos de lo que piensa. Las incoherencias de su vida personal –ya saben, el chalé y blablabla– no se pueden aplicar al sustrato de sus ideas revolucionarias. El líder de la oposición y vicepresidente cree en la revolución. En una clase dirigente que sea capaz de transformar a la “masa activa” a través de la acción política. O sea, a liarla parda para cargarse esta maldita democracia burguesa; enterrar “el régimen del 78” que trajo esta libertad venida a menos y acabar con la Monarquía, por ser contraria a la razón. Y, ya de paso, permitirles a los pueblos de España ser libres de un Estado del que no quieren formar parte.

Es una gran pena que ese espíritu no sea capaz de trascender hasta nosotros, los ciudadanos. Para que nos permitieran declararnos independientes de toda esta partida de rebenques y toletes que nos ha tocado soportar. Para dejar de pagar impuestos y que les mantenga la señora madre que les parió.

El Recorte

Las espinas de Espino

Me anticipa un pequeño empresario, con mucha mala leche, que ahora que han cerrado el uso interior de los bares y restaurantes de Las Palmas, “el Gobierno canarión seguro que va a aprobar muy rápidamente las ayudas que no ha dado a los hosteleros de Santa Cruz. Va a ser la única forma de que cobremos, porque los políticos de esta isla no tienen sangre”. Literal. Como verán, hasta el coronavirus tiene lecturas de pleito. Pero es cierto que a Ángel Víctor Torres le están cayendo de todos lados. La subida del AIEM ha cabreado a los empresarios y a muchos consumidores. Las colas de ciudadanos que están pendientes de una pensión o de una ayuda empiezan a ser insoportables. Y los autónomos –a los que le han subido las cuotas– y las pymes no hacen más que mirar al Gobierno pidiendo agua por señas. Vidina Espino, la diputada de Ciudadanos, le ha puesto una corona de su apellido a Torres preguntándole dónde está el dinero del Plan Reactiva y cuestionando por qué no se han gastado los 400 millones que tiene guardados el Gobierno en el cajón (no sé si se refiere al convenio de carreteras o al superávit del año pasado). Y tiene razón. El Gobierno anunció un plan extraordinario de rescate dotado con más de cinco mil millones de los que nadie sabe ni la hora. Se anuncian medidas urgentes, ayudas extraordinarias, actuaciones de auxilio... pero los días pasan y no se aprueba nada. ¿Dónde van a llevar las ayudas a los más vulnerables, a los de las colas del hambre o a los pequeños empresarios cuando las aprueben? ¿Al cementerio?