Mediado el invierno de 1991, los peruanos digerían a su modo la victoria del Chino –así llamaban a Alberto Fujimori pese a su ascendencia japonesa– sobre el novelista Vargas Llosa, que, en su arrebato liberal, cambió temporalmente la literatura por la política, mientras Armando Manzanero cubría una exitosa gira nacional con su pequeña talla, su voz nasal, su destreza pianística y su proverbial galantería.

De aquel viaje volvimos con entrevistas a los tres personajes citados para Teleexpo y Tvec y con un valioso regalo: una amplia selección digital del compositor mejicano, autor de cuatrocientos temas y cincuenta éxitos mundiales incorporados a los repertorios de artistas como Frank Sinatra y Alejandro Fernández, Chavela Vargas y Susana Zabaleta, Tony Bennet y Luis Miguel, Pepe Jara y Juan Gabriel, entre otros. Lo conocí el mismo día de nuestra llegada en La Hacienda, un céntrico hotel del barrio de Miraflores, con resabios virreinales, donde actuaba dos veces por semana al tiempo que recorría en avión las ciudades del interior con multitudinarios conciertos. Luego coincidimos en los desayunos y entablamos una cordial relación facilitada por su simpatía y amabilidad y acrecentada, todo hay que decirlo, con el goloso pisco sour de las noches limeñas.

En la charla grabada defendió el papel del Yucatán –y de Mérida, su ciudad natal– en la creación y difusión del bolero mejicano, “hijo y hermano del de Cuba y, como él, con lindes imposibles con la trova”, donde están sus probados orígenes, y “la balada dulce y amorosa”, que también caló entre los anglosajones, “y que es su continuación”; y proclamó con ardor, bajo cualquier forma, la plena vigencia de la canción romántica, “porque es la lírica redención de la cotidianidad, la sal de la vida diaria; y, además, porque tenemos el más bello de los idiomas, el español, para cantar al amor y al desamor”.

Hablamos de muchas canciones y docenas de records de ventas internacionales, de su animada vida sentimental –entonces iba por los cuatro matrimonios– y de las facetas paralelas de pianista y productor discográfico; y de su reivindicativa y larga dedicación en la presidencia de la Sociedad de Autores de México. Escribimos hoy de una víctima más del Covid 19, con ochenta y seis años, y muchas ilusiones cumplidas y por cumplir “siempre en tiempo de bolero”.