Vivimos acelerados en todos los aspectos o circunstancias ordinarias, parece que no tenemos tiempo para nada, aunque estemos todo el día ocupados. El mundo digitalizado, que ha impuesto la inmediatez, hace que estemos en una verdadera vorágine de apresuramiento que angustia, creando demasiada ansiedad y poca reflexión. No hay momentos para pensar relajadamente, conversar tranquilos o simplemente pararse un instante para respirar hondamente. Podríamos llamar a esta situación como la “sociedad supersónica”, es decir, que supera la velocidad del sonido. El ejemplo más clarificador es cuando se nos atasca o hay algún problema con la velocidad en internet o en los distintos dispositivos al uso, crece proporcionalmente la inquietud, perdiendo la serenidad, como si se fuera a acabar el mundo. Si algo no es rápido ya no vale, está desfasado, es rechazado solo por su lentitud, aunque tenga otras cualidades que también pueden ser importantes. Hay que aprender de lo que dijo el médico, científico y pensador español Gregorio Marañón, “la rapidez, que es una virtud, engendra un vicio que es la prisa”.

Así estamos, así vivimos. Lo que toca es acomodarnos y aprovechar las potencialidades que ofrece este mundo apresurado. La verdad es que lo que estamos sufriendo como consecuencia de la pandemia del COVID-19 ha incrementado esta tendencia a la velocidad. Por el contrario, cuando se han mantenido posicionamientos o toma de decisiones tardías, es cuando han fracasado los resultados previstos. No solo en nuestro país, sino en la mayoría a nivel global, los responsables públicos se han enfrentado a la crisis sanitaria, con dudas, indecisiones, falta de autoridad, negligencia, demasiada apatía y mucha desidia. En un primer momento se podía comprender, era una novedad nunca vista en la historia, afectando al conjunto del planeta. Muchos fallos de principiantes, inseguridad permanente, desinformación asegurada. Pero han ido pasando los meses y parece que no aprenden. Algunos se parecen a burros con orejeras y lo digo sin ánimo de ofender, más bien lo menciono con espíritu ejemplarizante. Porque se siguen cometiendo los mismos errores, estamos en el mismo lugar y sin avanzar. Ya en el comienzo de la tercera ola tenemos la vacuna, pero no se dispensa con la velocidad necesaria, por falta de infraestructuras, organización, previsión y lo que es más importante o peor, porque no han sido capaces de adelantarse a los acontecimientos, que todos sabíamos que iban a suceder y están produciéndose. Culpabilizar a la ciudadanía como la única responsable es mezquino. Es lo que se llama popularmente echar balones fuera, para desviar posibles responsabilidades, que pudieran tener consecuencias hasta judiciales. El filósofo y escritor francés Jean-Paul Sartre lo definió muy bien: “el compromiso es un acto, no una palabra”.

Todo se ha publicitado como si fuera una carrera para sacar tajada del mal ajeno, tanto de los que están gobernando, como también de los que ocupan la bancada de la oposición. La mercadotecnia se ha politizado, convirtiendo el espacio público en un verdadero teatro, burdo, ramplón, que da ejemplo del perfil político que mayoritariamente sufrimos en España, donde se vende lo que no se ha hecho, en una permanente campaña de marketing descarada y también se critica todo, sin posibilidad de acercar posturas. Es el frentismo absoluto en el peor momento. Por no saber, han sido incapaces de compaginar seguridad sanitaria con actividad económica, que es lo primero que tendrían que haber solucionado, porque las personas tenemos que vivir, pero también trabajar. Les gusta más apostar por las ayudas o subvenciones, para conformar una sociedad infantilizada, dependiente y callada, con el fin de seguir gobernando, para disfrutar de los beneficios, por cierto bastantes enjundiosos. Poco les importa el estado en que está la mayoría de los ciudadanos, mientras ellos, la casta, siga con sus privilegios escandalosos.