George Orwell dice que la primera razón para escribir es “puro egoísmo, el deseo de aparentar ser más listo”. Así lo escribe en su ensayo Why I write (Por qué escribo)

A mi juicio, escribir tiene muchas ventajas. La más evidente es que siempre habrá lectores que aporten al autor un punto de vista inexplorado o una pregunta tan buena que le permita ofrecer una contestación que ni siquiera hubiera sospechado pensar.

Hace unas semanas una periodista me invitó a una reflexión con relación al libro El arte de comunicar “¿Cómo definirías el estado de la conversación en el conjunto de la sociedad?”- me preguntó.

- “Sobrepasados de autoestima y deficientes en autocrítica”, comencé contestándola. “La conversación se hace cada vez más difícil. Hacemos que la conversación sea más complicada, menos productiva, huimos cobardemente del debate, de la discrepancia. Cada vez nos creemos más a nosotros mismos y a nuestro entorno amigo. En cambio, creemos menos a quienes saben. Nos sentimos más a gusto, tragamos mejor con una mentira que nos convenga – aunque pudiéramos saber, descubrir fácilmente su falsedad- que con una verdad que contradiga nuestros argumentos.”

Estamos sobrepasados de autoestima. Muchas personas (incluso personas cultas, inteligentes) se defienden de los vaivenes de la vida a través de la apariencia, hablando mucho y bien de sí mismas, haciendo publicidad de sus triunfos sin tiempo para escuchar, reconocer los de los demás. Sobrepasados de autoestima llegan al puerto de la arrogancia y a la incapacidad por mantener una conversación normal, aunque ellos no se den cuenta.

Somos deficientes en la autocrítica. En demasiadas ocasiones incapaces de reconocer nuestros propios errores, de enmendarlos, de manifestar un sincero propósito de mejora. No podemos dar por bueno el argumento contrario al nuestro porque eso sería doblegarnos, mostrarnos vulnerables y nuestra sobresaliente autoestima no nos lo permitirá. Sin autocrítica, somos incapaces de mantener una conversación normal.

Sobrepasados en autoestima. Deficientes en autocrítica. Este diagnóstico atraviesa a toda la sociedad. Por ejemplo, en dos lugares tan aparentemente alejados como el Parlamento y las familias.

Diputados y senadores que loan sus propios éxitos y son incapaces de reconocer (y menos aún pedir perdón) por sus errores. Diputados y senadores que cabrean, molestan a la sociedad por su falta de humanidad (no parecen humanos) y que fomentan el revanchismo, la venganza como treta para mantener alerta a sus más fervientes correligionarios. Diputados y senadores que nos muestran su incapacidad para mantener una conversación normal.

Familias que estimulan a sus hijos a través de un reconocimiento continuo, tratando de evitarles las inevitables piedras que encontrarán en el camino de la vida. Madres y padres que ensalzan a sus hijos temerosos de que la crítica pudiera robarles cinco minutos de felicidad. No le digas nada, no vaya a ser que se me deprima, parecen decir.

El estado de la conversación está mal, creo que cada vez peor. Sin conversación es posible que no lleguemos muy lejos. “Si los hombres no discreparan nunca sobre los fines de la vida, si nuestros antepasados se hubieran quedado plácidamente en el jardín del Edén, raro habría sido que se hubieran imaginado las cuestiones a las que está dedicada la cátedra Chichele de teoría social y política” escribió Isaiah Berlin es Dos conceptos de libertad. Berlin fue profesor de esa cátedra que debe su nombre al Arzobispo de Canterbury, Henry Chichele.