La moción de censura es un plato democrático que se toma caliente, como mucho tibio: cuando se enfría es muy difícil que alguien se lo trague. Es lo que ocurre con la moción supuestamente acordada para derribar a Blas Acosta como presidente del Cabildo de Fuerteventura. Seguro que han leído algo sobre esta moción y sus laberínticos intríngulis, pero la operación suma al PP, a Coalición Canaria y a Asambleas Municipales, bajel corsario que navega de milagro entre las ambiciones y desconfianzas de sus capitanes locales, muchos escindidos de Asamblea Majorera. Ayer (¿o fue anteayer?) Sandra Domínguez solicitó su pase al Grupo Mixto. Creo que me he comido todos los plenos de la Cámara en esta legislatura y servidor jamás ha escuchado la voz de la señora Domínguez.

Se supone que la espantada de Domínguez era una amenaza cumplida. Dicen que dicen que su señoría Domínguez exigió, para no pegar el portazo, que dimitiera Alejandro Moreno, que encabezó la lista de NC-Asamblea de Municipios y es ahora vicepresidente con Acosta. Así llegaría ser vicepresidenta de la corporación, con Sergio Lloret, compañero o algo así de partido y hoy consejero de Obras Públicas, de presidente. Y ni siquiera aquí acaba todo esta rumba enervante: Domínguez no es consejera del Cabildo ahora mismo, y para entrar en la corporación debería dejar el Cabildo Marcelino Cerdeña, alcalde de Betancuria.

Todo este quilombo tiene su origen inicial en los consejeros de Asambleas Municipales en el Cabildo majorero, quienes presa de un extraño encochinamiento se negaron a estar presentes siquiera en el debate y aprobación de los presupuestos para 2021. Como precipitado final de un proceso zigzagueante de una década para colocarse en corporaciones importantes: un regalo para el PSOE y el PP Asamblea Majorera, núcleo central de CC en Fuerteventura, ha perdido la centralidad, ha caído en sucesivas crisis de liderazgos internos que han abierto luchas y fricciones y, por último, no ha sabido rediseñar su discurso para una sociedad que ha cambiado vertiginosamente en el último cuarto de siglo. A la altura de 2021 dos tercios de los habitantes de Fuerteventura no han nacido en la isla. Asamblea Majorera, con su largo pasado desde el nacionalismo asambleario y antimilitarista hasta caracterizarse como fuerza moderada, centrada en una gestión socioliberal y camaleonizada sobre las instituciones públicas, no produce ningún vértigo de la memoria o espacio simbólico en el que un madrileño, un gallego o un grancanario avecindado en Fuerteventura puedan reconocerse. Aun así, en las elecciones al Cabildo en 2019 apenas perdieron unos 1.600 votos y consiguieron ser la fuerza más votada. Tal vez lo mejor para AM sería reconstruir el partido, avanzar hacia liderazgos consensuados y analizar la nueva Fuerteventura, ahorra arruinada por la covid, pero que ya ha cortado sus lazos con la hermosa y dura isla que era en 1979.