Como si se tratara del final de una temporada de estas series que ahora tienen tanto éxito, los últimos días de la presidencia de Trump están llenos de suspense y giros inesperados. Y como sucede en las buenas narraciones, se cierran tramas secundarias. Apenas una semana después del asalto al Capitolio ha muerto el magnate de los casinos Sheldon Adelson, uno de los contribuidores económicos de las campañas electorales de Trump más generosos. Según The New York Times, en 2016 le habría dado 100 millones de dólares.

Seguramente, de no haber sido por el fallido proyecto Eurovegas que tantos ríos de tinta hizo correr en su momento, el fallecimiento de este empresario habría pasado desapercibido en nuestro país. Pero resulta que en el peor momento de la crisis económica ofreció la posibilidad de abrir una sucursal de la llamada Ciudad del Pecado. La Costa Daurada primero y Madrid después escucharon los cantos de sirena de un hombre que entonces ya había exportado el modelo americano de macrocasinos a Macao y Singapur.

Se dice que para conocer EEUU hay que haber estado en Las Vegas porque es donde los norteamericanos dan rienda suelta a sus bajas pasiones. Es uno de los destinos preferidos por el turismo local: antes de la pandemia allí viajaban casi 50 millones de personas. Hay que decir que sus orígenes fueron mucho más modestos. Originariamente aquel era el territorio del pueblo Paiute, que vivía cerca del río Colorado. Ahora bien, el primero que bautizó la zona con el nombre actual fue el explorador Antonio Armijo, que buscaba una ruta para conectar comercialmente Nuevo México con Los Ángeles. Vega es el término castellano para describir una llanura fértil. Justo lo que tenía ante sí aquel colonizador en 1829: Las Vegas.

Los españoles pronto desaparecieron de escena y aquella región fue motivo de disputa entre dos nuevos países: México y Estados Unidos, que finalmente se apropió a cañonazos del territorio en 1847. A partir de entonces fue zona de paso para comerciantes y cazadores que solo se detenían a descansar. Experimentó el primer crecimiento con la llegada del ferrocarril y se transformó en un nudo de comunicaciones. En Las Vegas las locomotoras hacían una parada técnica para llenar de agua las calderas antes de continuar el trayecto hacia la costa del Pacífico. En realidad no tenía nada de especial. Era una ciudad como tantas otras en medio de las llanuras.

Todo empezó a cambiar en 1930, cuando se inició la construcción de la presa Hoover para controlar las crecidas del río Colorado y expandir la agricultura de regadío. Aquella infraestructura colosal atrajo a 5.000 hombres desesperados por encontrar trabajo en un país inmerso en la crisis provocada por el crack de 1929.

Con horas muertas en medio de la nada, aquellos hombres solos y sin ataduras encontraron refugio en el alcohol y el juego, entonces dos actividades ilegales y que, en seguida, fueron controladas por el crimen organizado. Cuando el estado de Nevada se percató de que podía sacar beneficios económicos de la situación autorizó las apuestas. Esa fue la semilla de lo que terminaría eclosionando después de la Segunda Guerra Mundial.

A partir de los años 50 la ciudad vivió una transformación vertiginosa. En buena parte porque la mafia empezó a controlar los casinos, que utilizaba para blanquear los beneficios de sus negocios sucios. Aquel modelo duró unas tres décadas. A finales de los 80 la ambición de Steve Wynn y Sheldon Adelson transformó unos establecimientos cada vez más anticuados en hoteles resort tematizados y aptos para el público familiar: una pirámide de Egipto, una especie de templo romano, un castillo medieval de fantasía, una réplica de los canales de Venecia... y todo relleno de tiendas, espectáculos, ruletas y tragaperras.

Quien haya visitado Las Vegas seguro que conserva en la retina infinitas imágenes de aquellos paraísos artificiales, construidos con decorados de cartón piedra, donde la gente sueña que la fortuna les sonreirá, serán millonarios y podrán liberarse definitivamente de la vida anodina que los ha empujado a la Ciudad del Pecado. Pero ya se sabe que la banca siempre gana.