Corren tiempos difíciles. Solo se habla de ello. Tenemos un Gobierno que duda de todo lo que hace. Y dice. Sus mensajes son contradictorios. Y desacertados. Y que nos pueden complicar mucho nuestro futuro. Rotas las apariencias, sin sus ropajes de lujo, se proclama lo que son: débiles, perjudiciales, desacertados, caducos. ¿Resultados? Pues desigualdades cada vez mayores. Además, hay ansiedad respecto al futuro. Y crispación y agresividad. Por si fuera poco, tenemos la mala costumbre de malgastar el tiempo con el hábito de la preocupación que, por cierto, es muy negativo y reduce de manera significativa la calidad de vida.

Hay una frase muy interesante de Mark Twain que lo define muy bien: “He tenido muchas preocupaciones en mi vida y algunas se hicieron realidad”. ¿Y el resto? Pues consiguieron amargarte la vida. Y no han servido para nada. De hecho, hay estudios que apuntan a que un 25% tienen relación con acciones pasadas, que no pueden cambiarse, un 8% se deben a opiniones de otras personas, un 4% a cuestiones de salud ya resueltas y tan solo un 6% a asuntos reales que realmente requerían atención.

A la vista de los hechos, deberíamos preguntarnos si somos de esas personas que se agobian y pasan un montón de horas de vigilia, concentradas en una problemática que realmente ya no existe o, mirémosla por donde la miremos, no tiene solución. Pues, en caso afirmativo y por nuestro beneficio, tenemos que cambiar el chip y utilizar alguna de las múltiples estrategias para conquistar el hábito de la preocupación. Una de ellas consiste en programar lapsos determinados para preocuparse, pongamos, por ejemplo, quince minutos por la mañana y otros quince por la tarde. Durante ese tiempo podemos revolcarnos en ese problema, gritar, llorar, patear, darle vueltas y más vueltas a sus dificultades durante unos minutos. El resto, hasta completar el cuarto de hora, tenemos que intentar buscar soluciones. Pero, una vez concluido ese periodo, hay que aprender a dejar el problema detrás y hacer algo más productivo, como concentrarse en el trabajo que se estaba llevando a cabo, leer un libro, ir al cine, dar un paseo o mantener una conversación con un amigo o un ser querido. La cuestión radica en que no podemos controlar determinados acontecimientos de la vida, pero sí las decisiones que tomamos y que son, en definitiva, las que deciden nuestro futuro.