Lo llamativo del ataque al Congreso norteamericano no resultaron tanto sus ejecutores, por muy pintorescos que se disfrazaran algunos de ellos, sino que su agitador o patrocinador fuera una sola persona. El presidente Trump. Que luego hubo de recular de su gran traca final, dado el enajenado dislate de resultados criminales. Como era previsible.

Trump casi pudo haber defraudado a la miríada de enemigos mortales que tenía esparcidos por el mundo al no haber provocado el apocalipsis esperado, sino poder mostrar resultados objetivos, suponiendo que alguien importe al menos en España: el pleno empleo, la protección de la economía e industria nacional, el mantenimiento de ayudas sociales, la congelación de las guerras de Estados Unidos, y su lucha contra el cosmopolitismo y la libertad de comercio internacional. Conjunto que yo no celebro, pero que sí debió hacerlo la izquierda si conservara algo de su esencia histórico doctrinal. Ya que era justo lo que la antigua izquierda defendía encarnizadamente antes de vaciarse por completo de toda idea y proyecto, como reconocía algún viejo izquierdista no cegado del todo por los cínicos sermones moralizantes y maniqueos de la paleo-izquierda, por todo acervo político.

Trato de informarme lo justo por lo que acostumbro al slalom especial por medios y tertulias, muchas pistas y balizas que evito, solo rasgo la nieve de alguna de ellas, por ejemplo la de Hughes que escribe en ABC sobre el antitrumpismo. El trumpismo como Fichte con el no-yo, ha engendrado el antitrumpismo, de entre otros los Antifa y Black Lives Matter (algún negro llega a presidente de EE.UU., primera dama, Secretaria de Estado, jefe de las Fuerzas Armadas, presidente del Tribunal Supremo: aunque no White trash ni redneck), que hace poco quemaron una iglesia a metros de la Casa Blanca y han ejercido también notable violencia. Evidentemente el gran artífice de la división de la nación es Trump, cuyas maneras y conductas le debieron haber invalidado para la presidencia.

La solidez del sistema institucional americano ha evitado que el sistema político se viera gravemente afectado, no así la sociedad. La deriva de nuestra paleo-izquierda, no se limita al total aturdimiento referido a qué podría hacer con la economía y el progreso real, sino que falla también en las ideas políticas más elementales, compensados de pedagogía purificante y caja saneada todos ellos. Trump nunca pudo ser Hitler o Mussolini, ni Franco –santo grial y droga del antifranquismo catatónico–, pero si, y muy bien en cambio, la paleo-izquierda, dada (su vanguardia) a cercos y asedios del Parlamento, la insurrección violenta, continuada e institucional en Cataluña. Un trumpismo incomparablemente más contumaz.