¿Quién viste a las flores del campo? Porque ni la corte del rey Salomón poseyó nunca tanta belleza. Esta reflexión, cuando fue hecha, estuvo precedida de una expresión que me recuerda a mi profesor de matemáticas en EGB: “Fijaos”. Pues habrá que fijarse bien en los detalles de la realidad que en-cierran una belleza inalcanzable para el mero esfuerzo humano.

Somos capaces de hacer cosas bellas porque hemos sigo conquistados previamente por la belleza. Ese esplendor insuperable cautiva al que se fija y no pasa a vuela pluma por todo los que nos rodea. La maravilla no habita solo en la realidad, sino que es también patrimonio de quien se fija, está atento y despierto. La belleza también está en los ojos de quien contempla.

La belleza desaparece con el desorden. El desorden en la democracia afea la sociedad. Y no hace tanto que lo hemos visto. Como todo desorden es feo. El relativismo que afecta al conocimiento del bien, o el escepticismo que lo hace con la verdad, tiene un aliado seguro en la belleza. Porque la maldad y la mentira tienen algo en común: son feas.

La belleza es el objeto de todos nuestros sentidos. Hay sonidos hermosos, como hay olores ricos, paisajes bonitos, etc. Cada uno de nuestros sentidos reconoce en su objeto realidades que despiertan el grito que solo produce lo bello. ¡Qué bella sinfonía! ¡Qué cuadro tan bello! Pero, ¿existe también belleza como objeto del sentido común? Yo creo que sí.

Hay una belleza que viene deducida de lo elemental, de lo que se adhiere a nuestra lógica y que no necesita muchas explicaciones teóricas. Cada uno tiene en su lógica interior una voz que le grita lo que es bueno y lo que no, lo que es verdad y lo que no, lo que es hermoso y lo que no.

No hace falta que existan instituciones sociales para que nos resulte fea la insolidaridad y el egoísmo. Nos lo dice el sentido común. Nadie está tan tiznado por dentro que no reconozca los colores y los sabores que deleitan el alma. Nadie está tan podrido por dentro que no distinga los buenos olo-res. La belleza salvará la historia. Cada vez estoy más convencido.

El único problema que puede tener el sentido común es la ideología. Esa fea capacidad de cerrar los ojos y no “fijarse” en la realidad con la mente libre y el corazón despierto. La estúpida sospecha de que nadie entiendo como yo y los míos. El sospechar que la realidad está pensada a mi imagen y semejanza. Del todo falso, por supuesto. La realidad nos trasciende.

La lucha por los derechos humanos solo será posible y humano si nace de un amor a la belleza, al bien y a la verdad. Porque, como decía Parménides, se trata de descubrir “el esplendor del ser íntegro y proporcionado”, y hasta en esta lucha existen desproporciones y desintegraciones del todo unificado de la realidad. No se puede defender un artículo contra otro, un apartado enfrentado a otro. Esa falta de integración es tan ideológica como ciega o, en el mejor de los casos, fea.

La belleza salvará la historia. No les quepa duda.