Una vida nueva, una más dichosa y mejor de la que habíamos tenido ese año, esto era lo que solíamos pedirle al año nuevo años atrás pero después de lo que hemos vivido durante este 2020, ¿regresarías a alguno de esos años que con tanta premura querías que terminara? Seguro que sí.

Es muy probable que la historia no vuelva a repetirse (crucemos los dedos), que nunca más vivamos un año en el que un suceso ajeno a nosotros marque tanto y tan negativamente nuestras vidas. Quizá de forma particular sí, nadie nos exime de que a partir de ahora todo vaya a ser de color de rosa pero… a nivel global… a nivel global es algo que seguramente no lo volvamos a vivir así.

Este año nos ha cogido desprevenidos. Terminábamos el 2019 con ganas, ilusión y una larga lista de propósitos para el año nuevo. Viajes programados, cursos, charlas, reuniones familiares, entre amigos, etc. ¿Y con qué nos encontramos? Con un 2020 que nos robaba, pues eso, nuestro 2020 soñado. Ha sido un 2020 que ha pasado muy lento, porque qué lento pasa el tiempo cuando vivimos inmersos en tristeza, ansiedad o con angustia, ¿lo habéis notado? Pero al mismo tiempo, si nos damos cuenta, nos ha enseñado a vivir más en el presente, porque planes, pocos se podían hacer…y al fin y al cabo, esos son los que nos hacen vivir mas en el futuro, con ilusión por lo que vamos a hacer y eso suele ser el motor que nos hace tirar hacia adelante. Aprender a vivir en el presente, también ha sido positivo, te hace ser más consciente, y a todos nos ha enseñado lo que es importante, hemos aprendido a valorar cosas que creíamos más insignificantes, pero que ahora vemos que son las realmente importantes y qué sin ellas, la vida, en general, carece de sentido.

Hablo de abrazos, de momentos en familia en los que tu mano podía rozar sin peligro la de tu madre o de tu amiga, hablo de sonrisas, de gestos tan simples y a la vez tan completos. Hemos valorado la estabilidad de nuestras vidas a la que antes llamábamos de una forma algo despectiva… monotonía. Nos creíamos dueños de nuestras libertades y vimos que no, que no era así, así que ahora la valoramos más que nunca. La nueva normalidad decían. Esperemos no una nueva sino la antigua, la de siempre, ¿quién quiere una vida nueva cuando en 2019 tenía una vida espectacular (aunque muchas veces sin saberlo)?

Pero el 2020 ya es pasado. Y empieza el 2021.

¿Año nuevo, vida nueva? Seguramente coincida con la mayoría en que me conformo con un año como el 2019, el 2018, el 2017… El, ya pasado, 2020 nos hizo ver que lo nuevo no es siempre positivo ni mejor que lo anterior y esa reflexión tan simple fue a la que llegamos muchos durante cuarentenas y confinamientos varios. ¡Valoremos lo que tenemos!

Se decía que saldríamos reforzados de ésta, que seríamos mejores tras esta dura guerra biológica, ¿ha sido así? Intuyo que coincidimos en que no. Seguimos teniendo las mismas malas costumbres, hemos dejado de hacer ejercicio, de cocinar según que platos, el armario vuelve a ser un caos pero si en algo hemos cambiado es en la conciencia de valorar lo que teníamos y antes de marzo de 2020 no valorábamos. A este 2021 le pedimos una vida antigua, monótona, aburrida, una vida sin sobresaltos en la que los únicos números que nos preocupen vuelvan a ser los del banco, en la que los telediarios hablen de la Bolsa o los precios en vez de muertes y/o contagios o nuevas restricciones sociales.

La tele, nuestra gran aliada, qué hubiera sido de nosotros sin Netflix, HBO o Amazon Prime. En la tele vi, no hace mucho, un anuncio que sacó de mi una sonrisilla inocente y cómplice. Una compañía de seguros plasmaba en algunos segundos varias situaciones que se convertían en grandes problemas, varias situaciones que convertíamos en grandes problemas. “Papá he rayado el coche”, “hemos pinchado y llegaremos tarde a la cena”, “me he dejado las llaves dentro”, “al enchufar las luces de navidad se han fundido los plomos”… ¿Cuántas escenas como éstas hemos vivido? ¿Cuántas veces han marcado nuestros días? Hemos llegado a ser infelices y desdichados por hechos que podíamos controlar, mejor aún por problemas que sí estaban de nuestra mano solucionar. ¿Quién no cambiaría un par de pinchazos y toques en el coche por el tortuoso 2020 que hemos vivido?

Al 2021 le pido vida, ni nueva ni vieja, vida. Una vida en la que los propósitos que nos marcamos con cada año nuevo no se cumplan por nuestra propia dejadez y no porque un virus nos lo impida. Le pido normalidad, de esa que a veces aburre. Le pido familia. Momentos de los de siempre y que ahora saborearemos, sin duda, con más intensidad. Le pido noches de viernes y sábados, se las pido todas, aquellas en las que me aburro sola en casa con una copa de vino en el sofá y una peli de las de antes y le pido noches de “ponte guapa y pásatelo bien”. Le pido viajes, viajes dentro, viajes fuera. Le pido salud. ¡Qué de abuelas quedaba eso de brindar pidiendo salud! Salud, nuestro pasaporte para cumplir sueños y materializar ilusiones, salud para seguir disfrutando de los nuestros, salud para poder trabajar. “Poder trabajar”. Trabajar ha pasado de ser un fastidio a una suerte. Tener trabajo es algo que a día de hoy valoramos todos, ¿lo valorábamos antes?

Y ahora, recapacitando en todo lo expuesto, me vuelvo a preguntar, ¿año nuevo, vida nueva?

Sabemos que la vida nueva no existe, simplemente va cambiando, pero pensar en una nueva vida nos da la ilusión que necesitamos, y que justo ahora, es más patente que nunca.

Al año nuevo no le pido una vida nueva, sencillamente le pido una vida llevadera, como la de antes, donde podía soñar y cumplir mis metas…y tú, ¿qué le pides al nuevo año que empieza?