Uno de los tipos más importantes del PSOE y de paso ministro de Fomento, José Luis Ábalos, ha dicho que el Gobierno español tendría que indultar a los independentistas catalanes condenados, para “aliviar la tensión” que daña la convivencia con Cataluña. La derecha se ha cebado con sus declaraciones, pero ¿de qué se van a sorprender quienes dijeron que el precio del apoyo al Gobierno de Pedro Sánchez eran los indultos? Ni siquiera se creen lo que ellos mismos dicen.

Por supuesto que se les va a indultar. Lo que están estudiando es cómo hacerlo sin que la Justicia les deje con la cara colorada. El Gobierno no logró vencer en la batalla por el control del poder judicial (esos imbéciles de la Unión Europea se metieron por en medio) y por lo tanto tiene que andarse con mucho cuidado con la motivación de sus perdones a gente que no se ha arrepentido públicamente y que siguen considerando que no han cometido ningún delito. Los políticos catalanes condenados está cumpliendo penas atenuadas, algunos en situación de semilibertad. Pero no es el huevo, es el fuero. Es impensable que los independentistas catalanes estén apoyando a un Gobierno que mantenga a sus líderes más importantes con limitaciones de libertad.

Ábalos ha hablado de “aliviar la tensión” con Cataluña. Y con eso está casi todo dicho. La aplicación de la ley no solo provoca una tensión con los delincuentes, sino con todo el país que ambiciona la libertad. Con la sociedad catalana en su conjunto. Esa es la idea. Porque, lo queramos admitir o no, Cataluña ha ganado ya la batalla moral por su independencia. Lo ha hecho porque ha logrado poner de rodillas a un político ambicioso que es capaz de darlo todo por seguir en el poder. Y porque las estructuras del Estado español se encuentran en el paroxismo de su debilidad estructural. Hay partidos, en la oposición y en el gobierno, que, sin ocultarlo, trabajan activamente para debilitar la arquitectura constitucional, como una eficiente carcoma política. Y gente como el rey emérito, que les ofrece abundante munición.

El Barcelona está en crisis de juego con los mismos futbolistas con los que se convirtió en un equipo de ensueño. ¿Qué ha pasado? Pues que perdió ese estado de gracia, tan difícil de conseguir y de mantener en el tiempo, en el que mucha gente se siente partícipe de una misma idea y de un proyecto colectivo.

España perdió todo hace ya bastante tiempo. No todos los males son responsabilidad de un Pedro Sánchez capaz de matar por seguir con el culo pegado a la Moncloa. Aznar o Zapatero también pagaron por el poder. La inmersión lingüística y el adoctrinamiento educativo –que hoy se hace en Baleares o Valencia– fue un trabajo de muchos años. Y en todo ese tiempo, la idea de una España global decayó ante el empuje de las tribus.

Ya está todo el pescado vendido. Que vayan soltando ya a los héroes de la liberación catalana. El asesinato no existe si no se encuentra el cuerpo de la víctima.

El Recorte

Una decisión histórica

Este no solo ha sido el año de la pandemia, aunque lo parezca. Han pasado otras cosas. Por ejemplo, después años de espera, de sufrimiento inútil y de injusticia, el Congreso de los Diputados español aprobó una Ley de Eutanasia que devuelve a las personas la decisión última sobre su vida y les garantiza, en caso de quererlo –y pedirlo hasta en cuatro ocasiones– una asistencia adecuada para poner fin a sus padecimientos a través de una muerte digna. Durante décadas, gobiernos democráticos se han apropiado del derecho a decidir sobre esa muerte compasiva. Se la ha robado a los ciudadanos, negándoles el derecho a morir sin dolor y amenazando con cárcel a quienes les ayudasen a hacerlo. La base de tal decisión está en la defensa de unas creencias religiosas que se empeñan en imponer a todos códigos de conducta que solo son de los creyentes. Hasta tal punto que obligan coactivamente a cómo se tiene que vivir y cómo se debe morir. La derecha democrática española, representada en el PP, ha perdido otra excelente oportunidad para quitarse algo del olor a incienso y sacristía que siguen llevando a cuestas. Todos, menos el PP, Vox y Unión del Pueblo Navarro, decidieron devolver a los ciudadanos la soberanía sobre sus propias vidas. España es el sexto país del mundo que lo decide en una votación, que esta vez sí fue histórica. Sobre todo porque lo que se ha aprobado no tiene nada que ver con momias del pasado, sino con un asunto que afecta a nuestras vidas de ahora y de mañana. El largo aplauso de los diputados al final de la votación –mientras los conservadores salían del hemiciclo– estuvo más que justificado.