El comienzo de la vacunación contra el virus que genera la covid 19 se ha convertido, por supuesto, en un espectáculo, en el que todos somos simultáneamente actores y espectadores, guionistas y críticos, tontos y listísimos. Ya no hay otra manera de entender la política sino como un programa de telerrealidad. Los poderes públicos dispusieron que los primeros vacunados serían los ancianos y ancianas de las residencias de mayores –creo que antes se llamaban geriátricos– y el personal que los atiende, y en cada comunidad esperaban las cámaras y micrófonos para impactar el momento en que Panchita, Rigoberto o Tecla se pusieran la vacuna. Cuanto más viejos, mejor, a fin de respaldar el subtexto: “si este anciano puede sobrevivir a la vacuna, usted tiene la inmortalidad al alcance de la mano”. Algunos de los nonangenarios beneficiados me recordaron ese viejo –también– chiste de Billy Wilder, en el que un amigo, bastante destruido por los muchos años, se encuentra a otro, con peor aspecto aun, en el entierro de un tercero, y le pregunta al borde de la tumba:

–¿Pero cuántos años tienes, John?

–Noventa y ciiiincooo…

–Bueno, eeeh… ¿Y crees que merece la pena que regreses a casa?

Aquí, en Canarias, se respetó rigurosamente nuestra división en territorios zoológicos insulares, porque jamás abandonaremos nuestras tradiciones y hábitos más mastuerzos, escapemos o no del apocalipsis, y fueron siete residencias, una en cada isla, las visitadas por la triunfal vacuna, y fotografiadas y televisadas hasta la náusea. Todo estupendo, pero lo más significativo, tal vez, fue lo que comentó el presidente Ángel Víctor Torres cuando alguien le preguntó cuándo comenzaba la verdadera campaña de vacunación.

–Ah, mañana lunes, o quizás pasado.

¿Quizás pasado? ¿Por qué no la semana próxima?

El Gobierno ha insistido en las prioridades de la vacunación, pero se ha mostrado más bien parco en detalles sobre el programa estratégico y logístico de la campaña, la operación sanitaria más amplia y compleja a la que se ha enfrentado España. El ministro de Sanidad ha dicho que esperaba que veinte millones de españoles estuvieran vacunados en verano, pero eso no es ni la mitad de la población del país, un porcentaje muy bajo para esperar la celebérrima inmunidad de rebaño. Lo más razonable es esperar que no se alcanzara un 70 o 75% de la población vacunada hasta mediados del otoño. Por supuesto que es un cálculo más o menos arriesgado, pero necesitamos ese cálculo, aunque sea para sustentar hipótesis razonables en procesos de toma de decisión política, económica o social. Necesitamos más claridad informativa y necesitamos, aún más urgentemente, redoblar los esfuerzos de control de la pandemia, sin que el Gobierno autónomo ceda a tentaciones relacionadas con los costes electorales. Esta vacuna supone una formidable hazaña científica, pero es su aplicación práctica en beneficio de todos lo que la llenará de sentido y validará el esfuerzo científico.