La vida termina imitando la ficción. Hemos vivido un año de película de terror. Uno en el que hemos tenido que asumir nuevas experiencias insólitas: el miedo al contagio, el confinamiento, el alejamiento de los seres queridos, la incertidumbre... Han sido diez meses para un ensayo general del fin del mundo que, al fin lo sabemos, no será causado por los extraterrestres o por un gigantesco meteorito en rumbo de colisión con nuestro planeta, sino por un virus microscópico, de esos con los que juegan los tarados que nos gobiernan.

Casi todo ha pasado a un segundo plano. Noticias como la muerte de Maradona, de Kobe Bryant, de Marsé, de ese tipo fantástico que era Michael Robinson y hasta el relato de la caída de ese personaje excesivo que ha sido Donald Trump han durado apenas un parpadeo en el horizonte de la actualidad, colonizada por la pandemia mundial y la crisis económica. Hasta la segunda mayor oleada histórica de la inmigración ilegal en Canarias, con miles de personas hacinadas de forma impresentable, fue devorada, como noticia, por la intensidad de una pandemia que nos ha metido el pánico en el cuerpo.

Cuando salimos del confinamiento, los jilgueros tempranos del optimismo en Canarias se pusieron a cantar alegremente nuestra pronta recuperación. Y fabricamos un sueño incierto tejido de falsas expectativas. Nuestras islas, dijeron, eran un destino seguro, a prueba de bombas. Los turistas seguirían viniendo y el coronavirus era solo un paréntesis de crisis que pasaría tan velozmente como un chubasco. Y todas estas previsiones se hicieron ante el peor desastre sanitario padecido por la humanidad en el último siglo. Las profecías no podían estar más erradas, claro.

El paso de los meses terminó haciendo pedazos los eslóganes. La fortaleza de Canarias acabó en agua de borrajas, porque ser un destino seguro no sirve de nada si tus clientes están acojonados, confinados o en crisis. Entonces, los gobernantes prometieron inversiones y ayudas y que nadie se quedaría atrás. Pero las cunetas se van llenando de gente que ha perdido sus trabajos, sus sueños y su vida. Han caído pequeños empresarios que echaron el cierre, autónomos que han cerrado su taller o tiendas que hicieron la liquidación de sus mercancías para pasar a mejor vida. O sea, familias que han aterrizado en las fronteras de la pobreza y ahora amargas colas en los comedores sociales o en los bancos de alimentos, donde jamás imaginaron que tendrían que acudir. No solo nos ha matado el virus: también la pobreza.

Lamento comunicarles que lo peor no aún ha llegado. Las réplicas serán peores que el sismo. Cuando acabemos de echar el resto en estas Navidades, nos espera una pared vertical por la que tendrá que subir una sociedad desfondada. Hemos llegado a fin de año con el tanque en reserva y el surtidor del turismo sigue cerrado. Nuestros dirigentes hacen declaraciones y discursos, como si las palabras se comieran. Pero la terca realidad es que nos espera un año de miseria donde tampoco funcionará nuestro principal producto. Como no lo hizo en verano. Ni en invierno, a pesar de los buenos deseos quienes se engañaron y nos engañaron con falsas esperanzas.

La recuperación económica tardará en empezar tanto tarde en acabar la vacunación masiva emprendida por los países europeos. Para Canarias eso puede significar pasar del coma a la agonía. Es verdad, que como dicen algunos, las crisis pasan. Y esta también pasará porque hasta en los cementerios crece la hierba. Algún día volverán los turistas y florecerán otra vez los hoteles, restaurantes y comercios. Pero ya serán de otros. Igual que el trabajo y la prosperidad. Nos mintieron cuando dijeron que nadie se quedaría atrás porque, al final, muchos no verán la primavera.

El presidente del Gobierno canario, Ángel Víctor Torres, ha puesto toda su confianza en que el último Consejo de Ministros permita, solo unos días antes de que acabe el año, la prórroga de las inversiones previstas en la RIC para ejecutar antes del uno de enero de 2021. Que las decisiones se tomen sobre el pitido del final del partido no parece una buena manera de tratar a los administrados. Pedirles a las empresas que inviertan sus reservas en este año desastroso es un disparate que puede conducir a muchas de ellas a la ruina. Y eso a los que lo puedan cumplir, que seguramente son pocas. Es absurdo que a estas alturas de diciembre los canarios no sepan a qué atenerse. Como resulta insólito que aún se desconozca si los ERTE en nuestras islas se van a prorrogar después del 31 de enero del próximo año y desconocer, además, que sectores se van a poder acoger a esa prórroga, si es que se decide. ¿Qué empresa puede planificar su futuro si desconoce cómo serán las reglas, las ayudas o las decisiones de mercado a poco más de un mes visto? En realidad va a dar un poco igual. Tal vez por eso los ministros, ministras y ministres, no tengan ninguna prisa en tratar el tema que afecta a Canarias. Sin turismo a la vista en los próximos seis meses, las empresas de las islas serán como los dinosaurios; una especia extinta. ¿Para qué preocuparse por lo que dentro de nada estará perfectamente difunto? Pues eso. Que no hay prisa alguna.