Qué de personas creen que junto a la imaginación se reencarna la realidad. Y claro, no ven que todo aquello que tiene un aire de fábula la mayoría de las

veces es el escenario de venideras comedias. Tengo la sensación de que junto a la soledad todo se transforma en poesía. La necesidad de cariño quiebra la razón y con torpeza descompone las vivencias a su antojo. Ya lo creo, ya...

Hoy les voy a hablar de “polvos románticos” y “polvos salvajes”. Hace pocos días, compartiendo tiempo con un amiga, me dijo: “hace más de un año que no echo un polvo”. Con elegancia, y con la clase de una gran mujer, se puso a analizar (además con delicadeza) la diferencia entre unos “polvos” y otros. Con gran ironía y con la tranquilidad que proporciona la madurez, habló de un tema que todavía sigue siendo tabú en nuestra sociedad: la sexualidad. Según ella “los polvos románticos” son “jodidos”. Sí, por lo visto, durante un rato conciben la misma línea que el amor, y establecen orden en los afectos. Por lo tanto “son los peores a la hora de perder la cabeza y enamorarse”. Sin embargo “los polvos salvajes” son “el instinto que se descompone en el tiempo y no acaricia la sensibilidad”. El análisis (la verdad sea dicha) nos hizo cultivar el encanto de la reflexión y hablar sin reservas de todo aquello que siempre encuentra razones para querer.

Cultivamos el encanto y la seducción. Pero, en consecuencia: ¿de qué vale? Vivimos en un mundo que por diferentes razones considera débil al hombre/ mujer que ama. Y claro, así nos va. Es más fácil echar un polvo, que reconocer que el amor es el único ropaje del que no nos despoja la muerte. Los valientes aman, se permiten reconocer el valor de los sentimientos, y reconocen la felicidad junto a la entrega. No junto al egoísmo... Echar un polvo, muchas veces, es buscar sueños en dónde no hay, y quedarnos con una gran sensación de vacío. Hay palabras que están dejando de ser vocación duradera del tiempo. En ellas (opinión subjetiva) se reconocen nuestra falta de identidad y lo influenciados que estamos por la constancia peligrosa de las modas y las tendencias. Admitámoslo, sí, ya toca: ¿en qué lugar queda el amor a día de hoy? ¿Inclasificable?