El elogio al horizonte del donostiarra Eduardo Chillida, en Bilbao sería su opuesto, al cuenco o “botxo” que su orografía inmediata acuna. Más de tres años sin ir a Bilbao hace que pongas más atención en todo lo que te rodea. Desde hace muchos años a los canarios les ha dado por visitar Bilbao, y no paran de elogiarla. “No será para tanto”, hay que refrenarles. Igual es que yo también he ido esta vez como canario común (como aquel poema de Carlos Gaviño de Franchy).

Me alojo en el edificio más cercano al museo Guggenheim, al borde de la ría de Bilbao, que, hoy hecho hotel, fue antes la clínica donde nací. La gente del hotel, el taxista se acuerdan de la clínica. Voy por asuntos personales y viene un amigo mío desde Málaga, que me advierte: tienen los bares cerrados. Pues vaya ¿qué hacemos? Me entero que así llevan un mes. ¿Y no os habéis manifestado, que tanto os motiva hacerlo? Teniendo en cuenta de que varias generaciones de bilbaínos hemos vivido en los bares, resulta todo un tanto asombroso. He de reconocer que la Villa está muy lustrosa y realmente brilla por los cuatro costados. Parece una sociedad sin clases, o de una sola, la burguesa, en realidad algo post socialdemócrata, sobre cuyas bases, ya consumadas, se desarrolla una sociedad más liberal y competitiva. Para poder repartir producen. El bienestar es muy notable como equipamientos y servicios. La perfección urbanística y arquitectónica existe, y el cuidado y amor a las cosas, pero sobre todo mucha pujanza y energía, los proyectos se realizan y tan pronto se alcanzan ya están otros en marcha.

Los políticos que vemos en la televisión no parecen incardinables o endemismos en la sociedad que estás viendo: ni los montaraces, rústicos carlistas, de Bildu ni los taimados jesuitas del PNV.

Voy todos los días a Getxo en el metro (sigue impoluto) y no he visto ni un solo abertzale con sus aretes, flequillos y parafernalia identitaria. Ni siquiera en el Casco Viejo. Ya no hay dueños de la calle. Al primer día de llegar voy raudo a la librería Elkar de Iparraguirre, probablemente sea el lugar donde más se hable euskera de Bilbao (donde desde su fundación en 1300 nunca se habló). Algunos hacen militancia lingüística (como en mi época) y ahí acaba. Cataluña y Euskadi están brindando a la pragmática lingüística el mayor trabajo de campo jamás imaginado: millones de euros , millones de coacciones, inmersiones para imponer una lengua excluyente (épica totalitaria de uniformidad/“cohesión”) pero sigue siendo el hablante, la calle quien decide qué idioma hablar.