El PIB per cápita, ingreso per cápita o renta per cápita es un indicador económico que mide la relación existente entre el nivel de renta de un país y su población.

Por otro lado, la convergencia económica y social, podríamos denominarla las diferencias económicas y de bienestar social entre territorios, medidas en términos como la renta per cápita, el producto interior bruto, empleo, así como calidad y sostenibilidad del estado del bienestar.

En el 2º trimestre de este año, el PIB de España es un 30% inferior al de la eurozona afectada por el estallido de la burbuja financiera de 2008 que tan solo estaba un 15% por debajo de la eurozona, empeorando por la actual crisis sanitara Covid-19.

El primer revés severo a la convergencia se produjo durante la crisis del euro, en los años 2011 y 2012, ya que los países del sur del continente volvieron a sufrir una recesión, mientras que el norte evitó la recaída. El segundo se ha producido durante la crisis del coronavirus, ya que los Estados miembro más afectados han sido justo los que tienen unas economías más precarias, muy dependientes de los servicios de bajo valor añadido.

En 2019 el PIB per cápita de la eurozona era de 34.790 euros por habitante, el de España, 26.430 y el de Canarias, 21.265, lo que representa un 61% de la eurozona, a la que, legítima y socialmente, debemos converger y de la que cada vez nos alejamos más.

Si, además, tenemos en cuenta que, a similar población, el PIB de la eurozona ha caído hasta el 2º trimestre del 2020 un 14%, el de España un 18% y el de Canarias un 32%, tenemos el deber de repuntar y garantizar a las familias una renta y un estado de bienestar europeo.

Lo cual implica que no podemos retrasar ni equivocarnos en la contención del Covid-19 y apostar por un plan económico competitivo de ayudas para el día en que no tengamos restricciones internas ni externas.

En síntesis, tenemos que plantar la semilla para la reconstrucción de nuestro país, más allá de volver al momento anterior a las crisis acumuladas en este siglo, en la que la economía ya daba avisos significativos de que decaía vertiginosamente su competitividad, y sostenibilidad.

La pobreza no puede volver a ser una sentencia de muerte. Los servicios gratuitos desde el nacimiento hasta la muerte no son sostenibles, pues el capital contribuye a sostener el estado del bienestar y está gripado.

Una tendencia a aspirar a lo mejor y huir de lo malo, cambiando paulatinamente el coste por la inversión productiva, ya que la percepción de la igualdad es colectiva y la riqueza particular.

Debemos alejarnos de esta tendencia hacia un nuevo capitalismo de estado que solo recauda sobre lo medible y esto resulta insuficiente para sostener la economía y estado del bienestar si deseamos que se soporte en la Eurozona.