Hay personas que a pesar del tono de su amabilidad resultan impertinentes. Sí, personas que por lo visto han nacido con la necesidad de ser perfectos y en el intento alcanzan la comicidad más absoluta. Los don perfectos, en realidad, son la furia que todo lo aborda con la fórmula propia de las etiquetas y el patronaje. Desgraciadamente, estamos rodeados de personas que fundamentan su vida en el prejuicio, y para relacionarse tienen en cuenta la simplicidad del vestuario. Creo que una corbata y un traje no garantiza nada; hay muchos hombres extraordinarios que prefieren vestirse con un pantalón vaquero roto y desgastado. ¿Por qué no? Mal asunto (opinión subjetiva) pensar que la ornamenta es destino de altura. Las personas más básicas son las que más examinan la apariencia. Por lo visto, los don perfectos no asimilan que hay muchas formas de vivir y rechazan tajantemente lo que reconocen entre sus pobres tesoros. Hay personas que resultan tan estériles... Los don perfectos, a la hora de tratarlos, son un soberano coñazo: entre lo excedidos que van de educación y lo poco espontáneos que son, resulta difícil ( por no decir imposible) validar el diálogo con autenticidad. La buena disciplina intelectual siempre está a disposición del conocimiento. La perfección se deja para entrar en contacto con la discrepancia y rechazar por sistema todo aquello que no percibimos con la coincidencia del yo. Hay muchas vanas erudiciciones que no pasan de ser cuatro frases aprendidas que se sueltan en todas las ocasiones.

Los caminos rectos (la mayoría de las veces) se transitan con la inercia. Los don perfectos jamás cultivan el encanto de la naturalidad; ellos (sonrío) son más de operar según sus propios esquemas. Hay cosas tan absurdas que nos llevan a dividir sutilmente... ¿Saben de qué hablo? Reducir es simplificar planos y evitar dolores de cabeza.