Los diarios de a bordo son de las lecturas de aventuras más apasionantes. Genuinas maquinas del tiempo. Leí Diario de la Bounty, las crónicas de Pigaffeta, y Diario de un náufrago voluntario del doctor Bombard.

La aventura del cayuco es lo que nos queda de los viajes épicos por necesidad. Apartando las interferencias del cómo vienen o quién los trae, para así poder ver el escenario final, nos queda una embarcación artesanal, el ser humano en su versión más precaria y la necesidad de escapar de algo. De buscar algo si así lo prefieren. Y así lleva haciéndolo el hombre desde tiempos inmemorables. ¿Qué les movió? Siempre la necesidad, que en sí lleva implícita la larva de la aventura.

El diario del cayuco empieza en una solitaria rada al sur de La Güera. Su prefacio es el embarque y su porqué reside en el alma y el estómago. Los tripulantes embarcan con bolsas de plástico y abrigados en harapos. Una camiseta de Messi [falsa] con publicidad descolorida de Unicef ejemplariza a la par el fracaso de los programas de la ONU al desarrollo y el incierto sueño por El Dorado de los documentos europeos. La mitad de los tripulantes no saben nadar y para muchos es su primera cita con la mar. Solo la luna nueva evita que parezcan zombis.

Por la proa restan 5 días hasta un punto imaginario al sur de Canarias que delate la arribada a Las islas del Tesoro. La nubosidad de Tenerife o El faro de Maspalomas, de la mano de Salvamento Marítimo, les conducirán al muelle. Pero primero hay que vencer al norte. Toda la travesía se hace con la mar y el viento por la proa. Pero de nuevo primero, hay que abrirse al océano para salvar la península de Cap Blanc antes de virar a estribor y fijar rumbo norte.

Han pasado 36 horas. El viejo faro blanco y negro de Nouadhibou está tuerto pero el patrón sabe que toca arrumbar al norte. Con un francobordo de apenas un metro, el cayuco se escurre entre una flota de viejos arrastreros rusos que ahora son operados por brokers de la pesca industrial. Una raya en la mar negra que pasa desapercibida al ineficaz control costero de un país, que simplemente tiene para comer. Los rociones salados evacuan el olor a vómito y humanidades. Frío y entumecimiento. ¿Imaginan estar un día sentado sobre tablas mojadas al incesante balanceo de la mar? Imaginen cinco. Imaginen la eternidad.

El único aparato que funciona a bordo es el dispositivo GPS que celosamente guarda el patrón del cascarón de madera que con fe se enfrenta a una mar gris. No hay radiobaliza y la única línea de vida es el móvil de algún amigo o familiar en Europa. Cuesta creer que aún no haya cobertura móvil en la soledad de la mar.

Las 03:17. Un golpe de mar despierta a uno de los pasajeros que en pánico se percata de que su compañero de viaje ya no está a su lado. Gritos. Rezos y lloros. Se cayó por la borda, su muerte será espantosa. Lo hará solo, tragando agua salada. Ya está con dios.

El patrón es el único que sabe a dónde va, lo cual no le libera del miedo. Una cabezada o un fallo de baterías en su GPS, le puede hacer perder su frágil enfilación hacia el norte y acabar describiendo amplios círculos en un océano sin referencias. La polar les puede ayudar, pero es una lotería al techo de nubes bajas que el diablo extiende.

72 horas después de haber dejado la costa, el balance de la aventura es horrendo. Alguno ha caído por la borda, la comida está tan húmeda que, deshecha, flota en el fondo del cayuco y el agua, diluida con la del mar, se raciona. Es La balsa de la medusa de Géricault. Si el motor fallara, el cayuco quedaría a merced de los elementos hacia un fin aterrador. Nadie lo reclamará más allá de una llamada anónima acerca de un bote, que tal vez salió de algún punto al sur de Dakhla y que es su primo… Estadística. Espeluznante estadística. Si hay alguna embarazada, la hipotermia y los golpes certificarán el aborto.

Amanece al quinto día. Sol por estribor. Las figuras de a bordo son bultos agotados y vencidos por el binomio deshidratación - hipotermia tras una semana en la mar sin techo. Las islas deberían estar ahí, ¿qué ha pasado?, ¿ha fallado la rudimentaria estima del patrón?, ¿calima?... De repente, algarabía por una señal de cobertura en un móvil y eso solo puede significar que casi están.

Por probabilidades, no deben ser pocas las barcas que se pierden y quedan a la deriva. Sus tripulantes, echarán por la borda los cadáveres y solo les salvará de una muerte espantosa, que el azar les cruce con un mercante o unas alas naranjas los vean desde el cielo. Lo cierto es que el cayuco que arriba es la punta del iceberg de mil sueños ahogados en el atlántico. El escenario no tiene una solución digna ni a corto ni a largo plazo y la estrategia de palacio es que la mar empeore para que cesen las aventuras.

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