Hace un año, casi ninguno sabíamos de la existencia de una ciudad china de nombre Wuhan, mucho menos situarla en el mapa. Descubrimos esa ciudad de más de 11 millones de habitantes y más de 3.000 años de historia por la aparición, el 17 de noviembre de 2019, de un paciente con un proceso respiratorio de origen viral desconocido hasta esa fecha. De entonces acá, un rosario de muertes, más de 1,4 millones, y enfermos, más de 60 millones, por todo el mundo. En España se identificó el primer caso el día 31 de enero de este año. No podíamos imaginar algo así; lo peor es que aún no ha terminado, ni podemos intuir cuándo sucederá eso.

La pandemia por el covid-19 ha hecho saltar por los aires muchas cosas; ha puesto contra las cuerdas al Sistema Nacional de Salud, ha puesto en evidencia las carencias del modelo de atención a las personas mayores y dependientes, ha mostrado las consecuencias de una política de recursos humanos en los servicios públicos centrada en el coste, ha obligado al sector educativo a inventarse un modo diferente de enseñar y nos ha privado de la libertad para ir de vacaciones, para pasar un fin de semana en el campo, para tomarnos un café con unos amigos, o para encontrarnos con la familia. Además, ha puesto de manifiesto las limitaciones de nuestro modelo de crecimiento económico, con un elevado componente de sectores con alta volatilidad en el empleo, muy dependientes de las circunstancias del entorno económico general, muy volátiles en situaciones de crisis. Finalmente, la pandemia ha desnudado la articulación territorial e institucional del Estado hasta límites impensables.

Este largo y duro año ha tenido una sobredosis de crispación política, centrada fundamentalmente en el modo de gestionar la crisis sanitaria, ante la mirada estupefacta de la ciudadanía que, donde esperaba seguridad, encontraba disputas políticas, decisiones contrapuestas, confusión y, por tanto, incertidumbre. No ha sido pequeña la contribución por parte de los hooligans de las redes sociales.

El ciclo inexorable del virus en cada territorio ha venido a aplacar los excesos. Quienes creían que eran los mejores, se han visto de bruces ante una realidad cambiante. Quienes eran vilipendiados por sus malos resultados, empiezan ahora a mirar con suficiencia a quienes antes les criticaban. En esta crisis no se puede tomar partido más que por la prudencia y por el seguimiento estricto de las medidas personales que se han demostrado eficaces. Gobiernos de todo el mundo, de los diferentes espectros ideológicos, han adoptado las mismas medidas, en diferentes dosis en cada momento, porque no hay otras. Todos los países pasan por el mismo proceso y nadie puede decir que tendrá mejores resultados al final de la crisis, porque el virus tiene su ciclo, querámoslo o no, y su altísima capacidad de transmisión hace imposible la situación de “riesgo cero”. No malgastemos energías tirándonos los trastos unos a otros. Intentemos aprender de esta crisis, intentemos homenajear a los fallecidos, aprendiendo de los errores y de nuestras carencias. La evaluación continua es fundamental para alcanzar los mejores resultados, apliquémosla en todas las fases de este proceso: identificación precoz de los casos, seguimiento de contactos, atención extrahospitalaria, atención hospitalaria y medidas de prevención.

Podemos sacar ya algunas conclusiones. La primera, que la capacidad de respuesta de los servicios públicos está en relación con la asignación presupuestaria. Afortunadamente, la mayoría de comunidades españolas ha considerado siempre el mantenimiento de los servicios públicos como objetivo irrenunciable y mantiene asignaciones presupuestarias por encima de la media, lo que se ha traducido en una mayor capacidad de respuesta, como se viene demostrando desde el inicio de la pandemia, o como ha demostrado el sector educativo, reinventándose en pocas semanas. Eso no evitará abordar un debate serio sobre el futuro de los servicios y la adopción de medidas de mejora que los hagan más fuertes, especialmente en el sector de la dependencia, en el que la pandemia nos ha desnudado con crueldad en forma de víctimas, poniendo en evidencia lo mucho que queda por hacer, en cantidad, diversidad y calidad de la oferta, pública y privada.

Las Tecnologías de la Información tendrán que convertirse en herramienta fundamental para el desarrollo de los servicios a los ciudadanos, sean educativos, dependencia o atención sanitaria. La tramitación administrativa y la atención mediante videoconferencia, el seguimiento domiciliario de los pacientes crónicos, son caminos por los que los servicios públicos tienen que avanzar de forma decidida y a corto plazo, como ya lo están haciendo esos servicios prestados desde los grupos privados más avanzados.

Como señalaba recientemente la Secretaria de Estado Silvia Calzón, la estructura de Salud Pública no da para afrontar una gran crisis sanitaria como a actual. Poco que añadir, salvo recursos y una organización eficaz, descentralizada y apoyada en un sistema de registro integrado que funcione en tiempo real.

Quedan muchos meses de restricciones y mascarilla; uno de los asuntos no resueltos es cómo vivir todo el tiempo que nos queda de pandemia. No podemos pensar en mantener duras restricciones durante otros seis, ocho, o más meses. Quienes asesoran a los que deciden y regulan, tendrán que establecer criterios creíbles, aplicables y eficaces para cada sector de la economía y la vida diaria, sean centros docentes, comercios, concesionarios de automóviles, transporte, cultura, grandes superficies o establecimientos de hostelería y turismo. No quisiera estar en su pellejo, hagan lo que hagan, una parte de la ciudadanía no estará de acuerdo.

No obstante, no tenemos que delegar nuestra seguridad individual en los asesores o gobernantes, cada uno sabemos que la protección consiste en una buena mascarilla, bien ajustada, usada permanentemente fuera de nuestra casa, al igual que sabemos de la utilidad de la higiene frecuente de manos y, aunque nos cueste, limitar nuestros movimientos y los contactos sociales, porque esas cosas no cambiarán mientras haya virus circulando.

Atravesamos una época impensable hace un año, nada es como quisiéramos, corremos riesgo de enfermar, nosotros o personas cercanas, el horizonte está lleno de incertidumbres, pero la sociedad siempre ha sabido superar las crisis y reinventarse. No será diferente ahora si como sociedad acertamos en elegir el camino, con mirada larga, dejando los intereses particulares de un lado y pensando en qué sociedad queremos vivir y envejecer en las próximas décadas.