Donald Trump obtuvo más de 74 millones de votos en las pasadas elecciones, lo que supone 10 millones más que en las anteriores. Para comprender este logro en número de votos es necesario tener en cuenta cómo decidimos.

A los votantes actuales de Trump no les importaron muchas cosas como sus más de 20.000 mentiras durante su mandato, las denuncias públicas contra él por violencia sexual de 26 mujeres incluidas algunas violaciones, que considere que la lucha contra el calentamiento global es una trampa de China, sus nombramientos de altos cargos entre sus familiares y de representantes de regulación de industrias contaminantes entre las mismas industrias, que fomentase el racismo en el país, que perjudique a los necesitados de asistencia sanitaria pública torpedeando las reformas del anterior presidente, que dirigiera una administración caótica, caprichosa e inepta en particular con la actual pandemia. En cambio, a sus votantes les gusta entre otras cosas que les bajara los impuestos a los más ricos, que favoreciera la tenencia de armas, que repudiase la inmigración ilegal, que estableciera grandes aranceles a muchas importaciones.

A Trump le votaron grupos diversos, entre ellos un porcentaje significativo de hispanos a los que despreció e insultó, los varones blancos sin estudios superiores y los pequeños empresarios a los que perjudicó bajando los impuestos a los ricos, las mujeres a las que vejó, etc.

En Europa sorprende bastante que haya obtenido tantos votos una persona ignorante y zafia que ha perjudicado de forma preocupante a su país y al resto del mundo en múltiples facetas.

Recordemos que la democracia da la misma voz a los juiciosos y a quienes no lo son tanto. Gran parte de hispanos, mujeres, pobres, etc., votaron a Trump en contra de sus intereses. Esto no es algo específico de Estados Unidos, sino que ocurre en todas partes. Uno vota a quien quiere, pero muchas veces lo hace contra su propio beneficio al hacerlo más emocionalmente que racionalmente.

Probablemente nadie encuentre un partido que le satisfaga plenamente a la hora de votar, es decir, en ninguno su ideología y pasado coincidirán totalmente con sus idearios. Todos los partidos prometen cosas que luego incumplen, en gran medida debido a las obligaciones que impone la tozuda realidad y también todos traicionan parcialmente sus ideales cuando llegan al poder por la misma razón.

Solemos creer que tomamos decisiones de forma racional, pero esto no siempre es así. Al decidir intervienen juntos los factores racionales (cuantificar, formalizar, entender) y los emocionales (algo más nebuloso, no lineal, difícil de ver y no formalizable). Durante mucho tiempo se ha dado por supuesto que la razón debía eliminar las emociones que nos llevan por mal camino, pero ahora se sabe que no es posible acallar los sentimientos. El eminente neurocientífico Antonio Dalmasio comprobó que si se tiene dañada la parte del cerebro que procesa las emociones, el individuo no es capaz de tomar decisiones, incluso tan simples como elegir la fecha de una cita entre dos posibles después de deliberar durante más de dos horas. Aunque no nos demos cuenta, las emociones están en nuestras decisiones fruto de la evolución de nuestra época de cazadores-recolectores que representa en torno al 95% de nuestro pasado como especie. Si un cazador tenía que abatir a una presa, no podía pararse a pensar cuanto corren él y el animal, ni cuanto resisten corriendo o lo lejos que puede arrojar su lanza, pues si lo hiciese así no cazaría nada y, por tanto, debía actuar rápidamente sólo a partir de sus emociones. Las emociones miden el valor de algo y ayudan a guiarnos inconscientemente por la vida. El profesor de psicología y neurociencia Kenneth A. Dodge señala que el proceso de información es emocional en el sentido de que la emoción es la energía que impulsa, organiza, amplifica y atenúa la actividad cognitiva.

Los politólogos Donald Green, Bradley Palmquist y Eric Schickler afirman que la mayoría de las personas o heredan su afinidad política de sus padres o la establecen al inicio de su edad adulta y raramente la cambian. No se suele elegir un partido político comparando programas y optando luego por el que se considera más adecuado, sino que, según estos autores, la vinculación a un partido se parece más a la de una creencia religiosa. Primero se es afín a un partido y luego se valoran más los principios que defiende, es decir, la afiliación política suele determinar los valores y no al revés. Cuatro psicólogos del MIT utilizando resonancia magnética funcional comprobaron que los votantes no utilizan sus facultades de razonamiento para analizar los hechos, sino que se valen de la razón para preservar sus certezas partidarias. Comprobaron también que cuando los individuos llegan a interpretaciones favorables de los datos, excusan alegremente las contradicciones del candidato político elegido recibiendo así en su cerebro una ráfaga de emoción placentera, es decir, en este aspecto el autoengaño sienta bien. En concreto, si soy simpatizante de tal partido le votaré, aunque racionalmente tal voto vaya contra mis intereses. Como indica Bryan Caplan, los votantes se comportan como fieles devotos de una religión.

Hay sentimientos que calan mucho mejor que la información. Por esto los partidos políticos partiendo de falsos mitos usan mensajes basados en sentimientos de grupo como: por la unidad de España, para salirnos de España que nos oprime y nos roba, haz América grande otra vez (MAGA).

A medida que las opiniones políticas de las personas se diferencian más de las de sus oponentes, más se buscan razones para apoyarlas, llegando a creerse noticias partidarias, aunque sean claramente falsas. El científico político Larry Bartels comprobó que, pese a que durante la presidencia de Bill Clinton el déficit bajó el 90%, cuando posteriormente se preguntó a votantes republicanos por el déficit durante su mandado, el 55% dijo que había aumentado y lo sorprendente es que entre estos votantes los que estaban bien informados no tenían mejor respuesta de este tema que los demás. Esto demuestra una vez más que con frecuencia sólo consideramos las informaciones que están de acuerdo con nuestras creencias. Saber más de política no elimina la parcialidad partidista de los votantes, pues estos tienden a asimilar sólo los hechos que confirman aquello en lo que creen.

Nuestro cerebro a veces nos traiciona y nos hace tomar decisiones que no nos interesan, como puede ocurrir cuando votamos. Al votar tenemos en consideración poca información objetiva, en parte porque los políticos tratan de que no lo sea apelando a nuestras emociones y también porque no solemos considerar aquellas informaciones que contradicen nuestras creencias (el llamado sesgo de confirmación), por todo ello, a veces se obtienen resultados electorales aparentemente sorprendentes.