España no solo está dividida por la Cordillera Central y el Congreso de los Diputados. Está partida en dos mitades distintas: una al Norte, rica, y otra al Sur, pobre como una rata. Dos zonas separadas por un muro invisible que cumplen perfectamente una sentencia: los países del Sur tienen la maldición del clima, que es la bendición del Norte. Abajo solo crecen las bandejas y arriba las industrias.

Para los ciudadanos de los territorios más industrializados, los salarios son mayores y los servicios públicos mejores. La calidad de la vida, las oportunidades de prosperar y la capacidad para desarrollar una actividad económica son más allí donde las economías funcionan mejor y los mecanismos del Estado en vez de estar dedicados a sostener subsidios se destinan a potenciar servicios.

La función de los gobiernos es la cohesión social. O lo que es lo mismo, dedicar mayores recursos provenientes de la fiscalidad pública a aquellos ciudadanos que más lo necesitan. Pero esto, en España, no ha sido así. Desde la transición a la democracia, la brecha entre los territorios más ricos y los más pobres no ha hecho más que aumentar. De forma tal que el mapa de esa España partida por la mitad sigue siendo hoy el retrato de dos sociedades diferentes donde zonas como Extremadura, Andalucía o Canarias siguen ofreciendo los peores indicadores en nivel educativo, sanitario o laboral. Son sociedades dependientes de la solidaridad ajena, altamente subsidiadas y con economías ineficaces.

La lluvia de millones provenientes de la Unión Europea no va a cambiar el mapa del país. No luchará por cerrar la brecha entre los más y los menos favorecidos. Porque la política española ha sido secuestrada por los territorios más poderosos. Aquellos que históricamente han pretendido en varias ocasiones desprenderse del resto de España a quienes consideran “un peso muerto” en su desarrollo futuro.

Detrás del sueño de las repúblicas vasca o catalana no solo existe una identidad, una lengua y una cultura propias que quieren la soberanía. Está aquel viejo mensaje de los burgueses catalanes que tanto éxito tuvo en la izquierda independentista —-eliminado después por razones de marketing político—- del “España nos roba”. Porque eso es exactamente lo que piensan. Que las transferencias de riqueza de los territorios más ricos hacia los más pobres supone un asalto al bolsillo de catalanes o vascos. Que viene a ser como si un millonario protestara enérgicamente contra Hacienda porque le cobra más a él que a un ciudadano mileurista.

España celebró el día de la Constitución del 78 con fuerzas políticas, en el Gobierno y en la mayoría que lo sostienen, que pretenden su destrucción. Porque no se trata aquí de transformar el Estado, sino de disolverlo. Los territorios más ricos y poderosos quieren quitarse de encima el lastre de extremeños, andaluces o canarios. Los viejos mantenidos. Los vagos. Los aplatanados. La izquierda cree que acercar la España pobre a la rica, es menos relevante que hacer “leyes progresistas”. Y la defensa del Estado español ha quedado en manos de las derechas caníbales. Así está el patio.