El periodista Alfons Quintá (1943-2016) es un desconocido para la mayor parte de los españoles. Y, sin embargo, puede que haya sido de las personas más influyentes en los años de la Transición y hasta finales del siglo XX. Su biografía, exitosa y turbulenta, se concreta en que, una vez que descubrió el poder que los medios de comunicación podían ejercer sobre los políticos se dedicó a vivir de ello. Así, fue el primer delegado de “El País” en Cataluña, en 1977. Fue el primero en informar de los problemas que atravesaba Banca Catalana, hacia 1980. Esas presiones sobre el núcleo más sensible del pujolismo tuvieron el efecto de que en 1982 recibiese el encargo de poner en marcha la televisión autonómica catalana, TV3, que estaría en la base de tantas victorias de Pujol. La forma de actuar de Quintá, tan despótica como desquiciada, generó numerosas tensiones y fue cesado a finales de 1984, una vez que el “caso Banca Catalana” había quedado varado en la Fiscalía General del Estado tras la salida de Burón Barba, partidario del procesamiento de los responsables del caos de Banca Catalana con Pujol a la cabeza. En 1986, Quintá pasa a dirigir “El Observador”, apéndice del pujolismo en Madrid. Desde 1990 su trabajo y su vida triunfadora se desmoronan e irá pasando por varias cabeceras hasta acabar escribiendo en el “Diario de Girona”. El declive y la derrota se cierran un día de 2016 en que con una escopeta mata su esposa y se suicida con esa misma arma. El crimen fue juzgado como “violencia machista”. Su esposa, tras años de torturada convivencia, había dicho que le abandonaba.

Sobre la vida de Alfons Quintá ha escrito Jordi Amat, escritor y filólogo barcelonés, “El hijo del chófer”. Se titula así porque Alfons Quintá empieza su trepa social en Figueras, aprovechando que su padre, Josep, ejerció durante los años 40 y 50 como chófer y amigo de Josep Pla, el gran escritor ampurdanés. Pla no conducía y allí donde se desplazaba, iba con Quintá a su lado. El libro de Amat está bien documentado, sobre todo, en lo que se refiere a la época juvenil de Quintá que es cuando acompaña a su padre a las reuniones de Pla con sus amigos. Este libro, explica su autor, se sostiene sobre dos grandes pilares: uno de ellos es la personalidad psicopática y resentida de Alfons, según Amat, por el olvido y la postergación que sufrió de niño ya que su padre prefería sus amantes o las tertulias de Pla a la vida familiar que Alfons y su madre reclamaban. La otra piedra sillar es la lectura que Amat hace de lo que ha llegado a saber mientras investigaba a Quintá. Y que explica así: “Mi hipótesis era que ese hombre maligno, por su final abrupto y las reacciones desatadas, podía descubrir disfunciones de nuestro país ya que en algunos momentos de su vida podían cruzarse intereses de la política, la banca y el periodismo”. Hay libros ante los que hay que hacer un esfuerzo para no santiguarse como lo hacía Mary Santpere. Un escritor bregado, con media docena de libros a sus espaldas, habitual colaborador en las más prestigiosas cabeceras, descubre a los 42 años, comisario Renault, que “aquí se juega….”.

“Alfons Quintá, el escritor psicópata” es el título de una entrevista obra de Irene Dalmases. Es un lugar común que el gran conflicto que tienen los jueces y tenemos quienes nos dedicamos a la psiquiatría consiste en determinar la relación que puede establecerse entre la biografía del psicópata y los delitos o conductas desajustadas que son objeto de juicio. Ahí está el quid más importante de nuestro trabajo. Y la razón de muchos de mis desalientos por saberme incapaz de aportar datos convincentes al respecto. Pero Amat ya siempre será una ayuda. Esta frase “Intenta disimular su pulsión enfermiza de venganza con la de justificación perversa de un psicópata que es incapaz de empatizar con nadie”. Y en otra entrevista con Karina Sainz Borgo: “Las pocas personas con las que he podido hablar de la intimidad de Quintà afirmaban que el trauma del padre era el agujero negro de la subjetividad del periodista. No pudo matar al padre porque el padre no estaba y ese vacío impidió que pudiera fundamentar una subjetividad madura. Tal vez sea una interpretación que peque de un psicoanálisis de salón, pero di con un artículo sobre él que sustanciaba esa tesis y me permitió legitimar mi interpretación”. Bueno, Amat se une al carro de Paco Umbral que contaba que conocía a “onanistas que no podían hacen al amor traumatizados desde pequeños cuando un día jugando una prima mayor les había enseñado las tetas.”.

Y el corolario de Amat: “ Con la convicción de que el conocimiento biográfico nos hace más libres y que la no ficción literaria tiene una función social fundamental empecé a escribir ‘El hijo del chófer’”. Estoy de acuerdo con Jordi Amat en esto. Por eso echo en falta que no haya un capítulo dedicado a reflexionar si Quintá o el pujolismo son los únicos responsables del desastre ocurrido en el oasis catalán o influye sobremanera la irracionalidad ligada intrínsecamente al nacionalismo y a sus política excluyentes.

Leía ayer una entrevista de Carlos Posse, alma mater de la revista “Eidon”, con Ángel Carracedo, director de la Fundación Gallega de Medicina Genómica. España es el único país europeo que no tiene una especialidad de Genética Clínica. Y la investigación genética de muchas enfermedades es nula. Digo esto porque las bases neurobiológicas de la maldad y de la conducta criminal no son poca cosa y son continuamente despreciadas. A fecha de hoy, la conducta psicopática depende a partes iguales de la dotación genética heredada y de su interacción con las circunstancias ambientales del sujeto. Y lo duro es que aún no podemos identificar ni los genes responsables ni los sucesos que sostienen la conducta problema. Pero reducir a un solo episodio biográfico una conducta psicopática iniciada en la primera adolescencia y mantenida a lo largo de la vida de un sujeto parece poco acertado.

En 1978, el novelista Mario Vargas Llosa, tras ver “El asesino de Pedralbes”, el documental de Gonzalo Herralde, protagonizada por Jose Luis Cerveto, criminal que había cosido a puñaladas al matrimonio para el que trabajaba como mayordomo, firmó un artículo titulado “El libertino proletario”, donde elogiaba que Cerveto, un hombre zarandeado por la vida y los reformatorios, no se arrepintiese de nada siendo así un moralista riguroso, tipo Sade, pero de una moral maldita, distinta a la habitual. “En cada libertino, cada pasión de goce es al mismo tiempo, pasión de lucidez”. Vargas Llosa. Si es que la ficción ha caído muy abajo…

Explica Diego Gracia en su libro “En busca de la identidad perdida” (Triacastela, 2020): El ser humano es “agente”, “actor” y “autor” de su vida. En primer lugar, el ser humano es agente. Su primera identidad es la biológica o genética. En segundo lugar, el ser humano es “actor”, por lo que comienza representando un papel que no es propiamente elegido, sino entregado por otros. Asimilamos la lengua, los usos, las costumbres, los gustos incluso los vicios. Si se nace en una sociedad corrupta, no puede no introyectarse la corrupción. Pero ¿puede una persona llegar a ser “autor” de su vida? Diego Gracia responde que sí: sí, puede; incluso lo tiene que hacer para alcanzar la verdadera autonomía. Aquí comienzan los problemas. Porque además de los psicóticos, están los Quintá, los Cerveto y los llamados “psicópatas sobrevenidos”, que son los que se detectan con más dificultad porque no cometen grandes atrocidades. Habrá que seguir investigando para ganar conocimiento que ordene con firmeza el funcionamiento social. Aunque sufran las ficciones.