En los diccionarios al uso se suele definir una persona voluntaria como aquella que se integra en una organización o entidad de una forma libre para ayudar en diversas actividades sociales de modo altruista respetando y potenciando la libertad, los valores y las capacidades de las personas asistidas. La actual crisis social provocada por la pandemia de la Covid-19 ha despertado la inquietud de muchas personas que se preguntan qué pueden hacer por los demás y dónde. Es una inquietud que está gritando lo más hermoso del corazón humano que no se contenta con menos que con lo grande y lo bello.

En Cáritas estamos acostumbrados a este hecho altruista. Cerca de mil voluntarios ofrecen permanentemente su tarea callada en las acogidas y en los proyectos de la entidad. Sin todas ellas, nunca pudiera darse la respuesta que se da a las necesidades básicas y a los procesos de intervención que se llevan a cabo. De tal manera es así, que la entidad se define como entidad de voluntariado. Solo lo que no pueden hacer los voluntarios es lo que nos lleva a contratar a técnicos que lleven adelante una labor especializada.

La gratuidad es un valor que debemos reconocer. Dar gratis cuando gratis hemos recibido. Incluso, ser gratuitos cuando lo que tenemos nos ha costado esfuerzo y dinero. Tal vez esto solo se entiende cuando se narra testimonialmente. Una psicóloga que llevaba toda su vida laboral trabajando como orientadora educativa en la Consejería de educación de nuestra Comunidad autónoma, una vez jubilada, comenzó a colaborar en el Centro de Orientación Familia desde hace más de cinco años. Recuerdo lo que compartió en una reunión de coordinación del proyecto: “Es ahora, después de jubilare, cuando he comenzado a sentirme psicóloga y a experimentar el bien que se puede hacer con mi profesión”. Es curioso, pero esta es la verdad de lo que ocurre en casi todos los casos en el que una persona asume un servicio gratuito.

Es importante, pero es muy cómodo, dar una ayuda material a una entidad de acción social. Ocurre cada primer domingo de mes en todas las parroquias de nuestra diócesis. Pero cuando ya no son mis bienes, sino que es mi vida la que entra en juego en un servicio a las personas, todo cobra un color diferente. Incluso, cuando una persona acompaña la ayuda material que aporta con el ofrecimiento de su tiempo y sus destrezas, la ayuda es activa y multiplicadora.

Es cierto que, buscando hacer las cosas bien, los itinerarios de colaboración voluntaria se suelen llenar de protocolos y burocracias. Pero, incluso con ello, quien ayuda es la persona más ayudada. Porque fuimos soñados para que la felicidad surja cuando se da, se entrega, se ofrece, etc., más que cuando se recibe, se nos da, se nos ofrece…

Si el trabajo dignifica, cuando es donado, la dignidad del mismo hace dignos a otros con nuestro esfuerzo. Siempre será verdad aquel final de la película La Ciudad de la Alegría que llevó al cine la obra de Dominique Lapierre que, dejando la pantalla en negro, nos gritaba el gran proverbio Indio “lo que no se da se pierde”.

Y la pregunta es obvia: con todo lo que tengo, con todo lo que soy, ¿yo qué puedo hacer?

La respuesta, no lo dudo, también es obvia: nos hará más felices.