Recocijaos hermanos. En la parábola del hijo pródigo, en Lucas 15, vemos que, como ocurre en muchas familias, el hijo menor decide dejar la casa del padre que lo ama y se marcha a vivir una vida errabunda de confusión, egoísmo y pecado. Pero luego vuelve. Vuelve limpio de culpa, rencor y resentimiento gracias a la iluminación de Dios Nuestro Señor o de Ángel Víctor Torres, lo que viene a ser aproximadamente lo mismo. Perdonar y pedir perdón son esenciales para la vida espiritual y para la salud y cohesión de la familia. Y así, cuasireligiosamente, está celebrando el PSOE el regreso de su amantísimo hijo, Santiago Pérez, a los brazos de la Santa Madre Iglesia Sanchista (antes PSOE).

Como todo episodio religioso este hosanna oculta algunas claves dignas de interpretación. Santiago Pérez no abandonó el PSOE por diferencias estratégicas o programáticas graves con la organización, sino por perder varias elecciones internas. Perder sus apuestas, como la que hizo por Manuel Marcos y Arcadio Díaz Tejera para la Secretaria General; las perdió sobre todo en primera persona, cuando fue derrotado para la candidatura presidencial de los socialistas en las elecciones de 2011 por José Miguel Pérez. En ambas coyunturas –como en ocasiones anteriores – Pérez criticó, a veces con dureza, a las direcciones regional y federal de su partido, pero no con su orientación estratégica o su oferta electoral. Pero fue entonces –abandonado incluso por los que fueron sus coroneles y sargentos en Tenerife, jóvenes como Patricia Hernández o Nicolás Jorge, que no querían arriesgar ni un pelo por el santiaguismo– cuando decidió, solitario y final, montar su propio chiringuito en La Laguna antes de ser arrinconado y conducido a la insignificancia por sus propios compañeros. Santiago Pérez – uno de los dirigentes socialistas más inteligentes del último medio siglo – no abandonó el PSOE por discrepancias políticas insalvables, sino porque no encontró espacios ni aliados para que su ambición personal pudiera prosperar.

En sus primeros años al frente de su diminuto esquife independiente bajo sucesivas banderas de conveniencia Pérez no contribuyó al fortalecimiento de la izquierda en La Laguna. No lo hizo por CC gobernaba con el PSOE –con Fernando Clavijo de alcalde y Javier Abreu de segundo – y él lucía en el pecho martirizado la leyenda de reserva espiritual del progresismo. En 2011 y 2015 lo que hizo, de facto, fue restarle votos al PSOE. Cambió de actitud cuando creyó que la ruptura del grupo municipal socialista podía generar las condiciones de una moción de censura contra CC. Se volcó en una estrategia de escándalos, titulares incendiarios y judicialización tronante creyendo que podría conseguir lo mismo que en el caso de Las Teresitas, pero para conseguir efectos semejantes no basta con repetir una metodología judicial y conseguir apoyos mediáticos: tienen que existir hechos delictivos. Al mismo tiempo que hacía política Pérez hacía terapia: para restañar las heridas de un narcisismo mal envejecido necesitaba triunfos. Lo logró en junio de 2019: desplazó a CC del poder municipal, convirtió a Luis Yeray Gutiérrez en alcalde y se aseguró Urbanismo. Fue el principal diseñador del pacto alternativo. Después de una década larga de ninguneos ya podía volver. Eso sí: a un PSOE más autoritario, más débil y con una democracia interna definitivamente arruinada. Qué más da. Lo importante es regresar. Se acabaron las pequeñeces y las esquinas. Admiración, piropos, aplausos. Voto a Dios que me espanta esta grandeza/y que diera un doblón por describilla. Ah, regresar porque siempre se tuvo razón…