En diciembre de 2020 contamos otro año más en la historia frenética de Dulce María Loynaz. Del 10 de diciembre de 1902 al de la pandemia del covid-19, que también ha alcanzado a Cuba y a Canarias. Y van 118, de los cuales 95 años seguidos han servido para contar sus vivencias en el mundo cultural de habla hispana tanto en las Américas como en España. A los canarios en general desde 1958 cuando editó en Madrid su novela de viajes a Canarias y resumió en Un verano en Tenerife, la isla mayor y más alta del archipiélago, a la que visitó en cuatro ocasiones, 1947, 1951, 1953 y 1958. La primera vez cuando vino de luna de miel después de su matrimonio con un periodista tinerfeño que emigró a Cuba, Pablo Álvarez de Cañas y aprovecharon para conocer la isla de La Palma donde disfrutaron de Una semana fuera del mundo. En 1951, cuando la nombraron Hija Adoptiva del Puerto de la Cruz. Dos años más tarde, en 1953, cuando participó en la inauguración del antiguo Instituto de Cultura Hispánica, hoy Instituto de Estudios Hispánicos, con la primera mujer académica española, Carmen Conde, y conoció a Isidoro Luz y a Telesforo Bravo, presidente y vicepresidente, respectivos del ICH. Y en 1958 cuando Editorial Aguilar le editó en Madrid su libro Un verano en Tenerife, que tanto le gustó a la ínclita y premiada escritora canaria Cecilia Domínguez, siendo una niña, cuando Dulce María vino al antiguo Liceo de La Orotava a presentar su libro, impartiendo una charla sobre El sepulcro vacío, del marqués de la Quinta Roja.

La última ocasión en que vino a España fue en abril de 1993 después de ser reconocida como Premio Cervantes en 1992. No pudo volar de Madrid a Tenerife pero algunos de sus amigos, como Gustavo y Carla Reimers, sí pudieron saludarla en la universidad de Alcalá de Henares cuando recibió el Premio Cervantes de manos del rey de España.

En 2002, ya fallecida en La Habana, pude traer al Puerto de la Cruz un busto de Dulce María elaborado por el joven canario-cubano Carlos Enrique Prado que pudimos ubicar sus amigos de Canarias en el Parque del Taoro, en cuyo hotel se alojó en las cuatro ocasiones que vivió en los veranos de Tenerife. Desde entonces nos hemos comprometido un grupo de admiradores en acercarnos al histórico volcán Monte Miseria para recordar cada 10 de diciembre, junto a su busto en bronce, la vida y obra cultural de la dama de las Américas, la reina del agua. Leemos algunos de sus trabajos literarios, sobre todo Elsie Ribal, su más interesada amiga poética.

Al igual que los recuerdos habaneros que hace su paisano, el pianista cubano, Othoniel Rodríguez, así como sus admiradores canarios, el poeta José Javier Hernández, y este relator que tuvo la oportunidad de conocerla presencialmente en su casa habanera de El Vedado, en 1992, 1993 y 1994, cuando participó en la vida pública de Europa y Canarias.

A partir de ahora otra cubana a la que también le gusta Tenerife, Carla Rojas, parece que está dispuesta, como lo hizo en 2002 su colega cubano Luis Leonel al editar La gracia de volver, y años más tarde su otro paisano Juan Carlos Sánchez junto con el canario Aurelio Carnero, en Una semana fuera del mundo, recordar en 2021 la vida de Dulce María filmando un documental que titulará Una mujer entre dos islas.

Aprovechará los trabajos literarios compilados por Marcelo Fajardo, director cubano del proyecto cultural En El Jardín, y realizados por los estudiosos de la vida y obra de una cubana universal, como la calificó el profesor habanero, Virgilio López Lemus, así como los audiovisuales del orotavense Humberto Mesa y el actual Susurro de Dulce María Loynaz que escuchamos en el festival portuense de Mueca, gracias al impulso del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz.