Los peces que mantenemos en acuarios y peceras domésticas no saben que están ahí encerrados y que todo su universo cabe en tres metros cúbicos de agua. Nosotros, ciudadanos del siglo XXI que desconocemos quién acabará antes, si la ciudadanía o el siglo, no somos mucho más agudos. Creo que fue Gibbon quien dijo que los romanos del siglo cuarto hubieran rechazado que el Imperio vivía una decadencia irremediable: estaban insertos en un orden que entendían inmutable. En cambio, hoy están ocurriendo cosas terribles a toda velocidad pero aún permanecemos anclados en el pasado, cuando no ocurría casi nada importante. Ahora nos amenazan ciclones, un presidente de EEUU intenta impulsar un golpe de Estado en su propio país, una pandemia mundial mata a millones de personas y carcome la economía y arruina nuestros hábitos sociales y afectivos, el antropoceno amenaza con una transformación del clima que nos desterrará del planeta, vivimos para alimentar una industria de extracción y venta de datos a través de teléfonos y ordenadores. El capitalismo ya no es un sistema económico cuestionable, sino la promesa de una experiencia mítica y mística: el consumo interminable, el estímulo constante y mimoso por una tecnología obsesivamente eficiente, una promesa de vigilancia y control por nuestro propio bien.

Nos abruma la madre de todas las crisis, la crisis integrada por crisis simultáneas, y creo que el terror se extiende a la actividad política cotidiana, porque poco a poco los políticos han dejado de mentir para ganar las próximas elecciones. Mienten para evitar ser linchados en los próximos meses. Ayer ocurrió algo brutal en el Parlamento de Canarias: alguien contó una verdad sencilla y brevemente. A los diputados – para continuar con la alegoría – se les quedó expresión de besugos. La pecera cayó al suelo y se rompió en pedazos.

La directora de la Asociación de Cuidadoras, Familiares y Amigos de Personas con Dependencia, Alzhéimer y otras Demencias, Elena Felipe, intervino en la comisión de Derechos Sociales de la Cámara para decir cómo se sienten: “Desoladas, desamparadas, defraudadas, desahuciadas del sistema de protección social”. Cierre de centros de día, suspensión o retraso inaudito de prestaciones económicas, abandono institucional. ¿La administración pública? Apenas fue silencio durante el estado de alarma. Los trabajadores de Acufade estuvieron atendiendo a unas 2.000 personas a través de sus servicios telemáticos porque nadie se interesó por sus casos. Felipe fue dura con gobiernos pasados, pero no pudo perdonar al actual. Cada día mueren miles de personas en las listas de espera. Las ayudan no llegan. “Es vergonzoso”, dijo, que catorce años después de ser promulgada la ley de dependencia miles de familias no hayan sido reconocidas como beneficiarias. Dependencia solo tiene un incremento de 0.8% en el presupuesto autonómico del año 2021. “Esto es una catástrofe”.

Sí que lo es. Sin paliativos ni responsables. No los hay por las muertes y los contagios de residencias de ancianos en Tenerife. Ni una explicación verosímil en el Parlamento, por donde pasó la consejera, Noemí Santana, que contestó tres preguntas de sus señorías, pero no se quedó para escuchar a la directora de Acufade. Huyó del fuego. Si se hubiera quedado las palabras de Felipe la hubieran reducido a un montoncito de ceniza ni siquiera demasiado alto ni granulado.