La pandemia, cierta.

La crisis económica, también.

El desasosiego, efervescente.

El descontento, unánime.

El miedo, más agazapado que nunca.

La confianza, hipotecada.

Con estas premisas, ¿Quién le pone el cascabel al gato?

No hay actividad económica suficiente y las empresas caen.

Los culpables, los habituales. Los damnificados, los de siempre.

Las soluciones cuestionadas. Todo se anuncia y todo está discutido.

Lo que hoy se ofrece, mañana no hay presupuesto, o, lo que es peor, habiéndolo, no hay capacidad de ejecución.

Las pérdidas empresariales se disparan. La deuda de la administración pública, crece desproporcionadamente.

Las medidas no funcionan. El empleo se comporta como un zombi. Las empresas también.

La economía sumergida crece y va de camino a convertirse en el mayor sector de la economía española.

La inmigración ha pasado a ser el estigma de la incapacidad de gestión.

Se cuestionan los motivos. Se duda del fin de las medidas y el movimiento impune del caos social.

Se buscan médicos para el servicio público de salud con un salario de 14.000 euros mensuales.

Ya no nos preocupa la Europa a dos velocidades, sino las clases sociales a dos velocidades.

Los muy ricos y los muy pobres. La clase media espera su finiquito.

Se trata de la esperanza de un pueblo. No solo de derechos sociales viven las familias.