Hay quien se ha sorprendido del informe del secretario del Ayuntamiento de Arona, que ha impedido que Mena sea considerado no adscrito por haber cursado una carta al PSOE, oponiéndose a la expulsión del partido, al tiempo que endosa esa misma consideración –la de no adscrito- a su oponente, Luis García, que no hizo lo propio. La decisión del secretario se me antoja claramente contraria a las normas vigentes sobre transfuguismo, unas normas chapuceras y muy restrictivas de los derechos políticos de los cargos públicos electos, a los que se convierte en marionetas dirigidas por los partidos. Pero esa no es ahora la cuestión. Si lo es una interpretación torticera –no me atrevo a asegurar que prevaricadora- de un secretario que en estos meses ha demostrado una evidente empatía con Mena y sus decisiones.

Por eso no debiera extrañar este penúltimo capítulo de la saga de Capuletos y Montescos en que se ha convertido el culebrón protagonizado por políticos y empresarios (ahora con esta variante secretarial) del PSOE de Arona. Nicola Macchiavelli, que no era veronés, sino florentino, dedicó el capítulo 22 de su obra más conocida –‘El Príncipe’- a glosar las características que debe tener un buen secretario, y de cómo la elección de un buen secretario define el carácter y capacidad de su príncipe. Dice don Nicola: “No es punto carente de importancia la elección de los secretarios, que será buena o mala según la cordura del príncipe. La primera opinión que se tiene del juicio de un príncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podrá reputárselo por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, no podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección…”

Y sigue: “porque con tal que un príncipe tenga el suficiente discernimiento para darse cuenta de lo bueno o malo que hace y dice, reconocerá, aunque de por sí no las descubra, cuáles son las obras buenas y cuáles las malas de un secretario y podrá corregir éstas y elogiar las otras; y el secretario, que no podrá confiar en engañarlo, se conservará honesto y fiel. Para conocer a un secretario hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que piensa más en él que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe nunca podrá confiar. Porque el que tiene en sus manos el Estado de otro jamás debe pensar en sí mismo, sino en el príncipe, y no recordarle sino las cosas que pertenezcan a él. Por su parte, el príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en su secretario: debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que no puede estar sin él, y que los muchos honores no le hagan desear más honores, las muchas riquezas no le hagan ansiar más riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios políticos. Cuando los secretarios, y los príncipes con respecto a ellos proceden de tal forma, pueden confiar unos en otros; pero cuando proceden de otro modo, las consecuencias son perjudiciales tanto para unos como para otros.”

Pues eso, si el florentino viviera hoy y se pasara por Arona, pensaría sin duda que el alcalde Mena es un hombre ilustrado, lector de los clásicos y entendido en secretos, secretarías y secretarios. Sabe perfectamente cómo proceder, lo que debe hacerse y como y cuando.