Lo que soy y lo que he sido. También lo que seré. Todo está en mis palabras. Las palabras nos reflejan, son nuestro espejo más despejado. Tienen peso y medida, cara y cruz, transparencia y temperatura. Hasta tienen raíces, cicatrices de batallas ganadas y perdidas, temblor, alegría y dureza. Nos definen y con ellas definimos, nos hieren y con ellas herimos, incluso matamos a veces. Pensamos en palabras y con palabras, también, ocultamos lo que de verdad pensamos.

Qué haría yo sin mis palabras, sin andar con ellas todo el día, oyéndolas cantar, buscándolas cuando se esconden, esperándolas cuando se marchan y tardan en volver, o meciendo a las que se quedan conmigo toda la tarde revolviéndome las columnas y los versos hasta que les hago un hueco y las acomodo. Qué haría yo sin estas palabras que brillan cuando llegan hasta mí como si las trajera la marea, igual que a viejos doblones de un viejo tesoro.

Así, “Tesoro de la lengua castellana o española” llamó Sebastián de Covarrubias a su diccionario del español, allá por 1611, el primer diccionario general del español y también el primer diccionario publicado en Europa para una lengua vulgar, esa misma lengua, esas mismas palabras, ese mismo tesoro que se va a volver invisible en una parte del territorio nacional, que se va a hurtar a los niños catalanes merced a la bajeza intelectual de considerar un idioma como una agresión, no como una riqueza. Pablo Neruda, que lo amaba como lo que es, nuestro mayor tesoro, no tenía dudas: “Que buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… El idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.

El español es el patrimonio y la patria común de los setecientos millones de personas en el mundo que lo hablamos como lengua materna. Pero es, sobre todo, la patria común de los españoles desde hace medio milenio, incluyendo a aquellos que tienen la inmensa fortuna de nacer bilingües y hablar catalán, gallego, euskera… Por eso, en vez de excluirlo, de invisibilizarlo, de esconderlo, el español debería ser nuestro punto de unión, la única patria, como dicen que dijo Fernando Pessoa, que lo dijo en ese “español sin hueso” que es el portugués, según definición de Miguel de Cervantes, otro que andaba todo el día tras las palabras, buscándolas, cambiándolas de sitio, haciéndolas volar, haciéndolas universales, de tan suyas, de tan nuestras.