Con las elecciones americanas todavía calientes, hay que volver la vista al tablero mundial y sus cambios acelerados. Muchos no perciben el nuevo escenario por nostalgia respecto al orden establecido en 1945 que está hoy desdibujado, o por una acusada miopía antichina. Desde mi primer viaje a China en un frío enero de 1986 llevo leyendo reiteradamente: qué un gobierno autoritario no puede funcionar a largo plazo (pero China ha sabido mezclar mercado y dirigismo económico); qué los chinos no son creativos (se les olvida que inventaron la seda, la brújula, el papel, la imprenta, la pólvora, la porcelana…); qué el comunismo nunca tuvo éxito (cosa diferente es que el sistema sui generis chino sea exportable; yo no lo creo); qué el alto endeudamiento ahogará la economía china; qué sucesivas burbujas inmobiliarias o financieras en los 20 años que llevamos de siglo colapsarían su economía…Y nada de esto ha sucedido. Estos errores de cálculo surgen porque se mira a China con gafas occidentales pero esta es una civilización muy antigua y compleja. Por el contrario, daré solo un par de datos: en treinta años China ha sacado de la pobreza a 600 millones de personas (¡dos veces Europa!), y solo en los veinte últimos años ha pasado de representar el 6% del PIB mundial al 16%. Y en este año COVID, mientras el mundo decrece esperando la vacuna, China controla la pandemia e incrementa en solitario su economía, tirando de paso del resto de los países. No son valoraciones son hechos, matizables como todo, pero insoslayables.

China ha recuperado su posición de liderazgo mundial que solo perdió durante el “siglo de las humillaciones”, 1839-1949, con la invasión extranjera, la cruenta guerra con Japón, su guerra civil y la Revolución, nada menos. Hoy su economía tiene prácticamente el tamaño de la americana pero crece más deprisa y el tiempo corre a su favor. Según datos del FT, China representa hoy un tercio del gasto mundial en investigación, tres veces más que EEUU y acumula más Inteligencia Artificial que el resto del mundo, muy útil para decisiones empresariales y eficacias de escala, aunque algunos solo ven un instrumento de mayor control social y político.

China cambia muy deprisa. Su mercado se va abriendo a la inversión extranjera (en 2010 solo un 1%, hoy casi hasta el 60%), pero va a su ritmo, no al que se le pide desde fuera; la contaminación está bajando (aunque sigue siendo muy alta), y problemas, muy complejos, están encima de la mesa: envejecimiento de la población, Hong Kong, Taiwán, Tíbet, uigures, grandes empresas estatales ineficientes, sistema judicial anacrónico… pero cada año los datos son tozudos y muestran que China lo está haciendo bien y mantiene a este coloso en un ascenso constante y armónico. Los nuevos mandarines de Pekín saben que “China is different”, que su sistema no es exportable al resto del mundo, en contraste con lo que pensaba EEUU en 1800 y en 1945 (¿será por un deje de vieja sabiduría confuciana?). Cuando residía en Pekín, pregunté a un alto funcionario del Partido por estos cambios acelerados. Me dijo sonriendo con una cierta malicia condescendiente, mientras acariciaba su mentón con dedos amarillos de nicotina: “Para conocer la dimensión real de nuestros problemas recuerde: cualquier éxito económico de China hay que dividirlo por los 1.300 millones de nuestra población, y los errores o fracasos tenemos que multiplicarlos por esta misma población. Este es el riesgo y la envergadura de gobernar este viejo y gigante país”. Los retos a los que se enfrenta China, necesitada de reformas para sostener su veloz crecimiento, no son envidiables y cualquier error puede ser catastrófico para decenas de millones de personas.

Biden tendrá que encarar como sus predecesores inmediatos un hecho: la emergencia imparable de China, apoyada en estas fulgurantes estadísticas económicas, comerciales, tecnológicas. Trump solo supo enfrentarse a China especialmente con inflamadas declaraciones públicas muy contraproducentes. No tuvo éxito, por eso Biden deberá negociar. Tendrá que sentarse en la mesa, hablar de los inevitables roces y en definitiva de su lugar en el tablero mundial, sin imponérselo como era costumbre en Washington. Eso ya no funciona. Y China, ¿tomará en su momento el relevo de EEUU como poder hegemónico mundial? Muchos agoreros lo anuncian. De nada se puede estar seguro en estos tiempos, pero personalmente no lo creo. El peso del pensamiento confuciano es demasiado profundo en la civilización china y es contrario a esta concepción.

La historia nos enseña a ser prudentes, pero los hechos son tozudos. Este siglo, que empezó cambiándonos el pie a todos, es el de la vuelta de China. Cuando antes lo aprehendamos, mejor.