Con la pandemia a cuestas resultan extemporáneas, injustas y obscenas las palabras y acciones de gentes que quieren y saben pescar en la marejada y se valen para ello de la escandalera, el patrioterismo (que es el peor servicio a la patria) y el recurso espurio de la posverdad. En todas partes se usan estas fórmulas indignas y, también, cuentan con sectores sociales –tan legítimos como venales y peligrosos– que compran mercancías viciadas y se pelea por ellas.

El Covid 19 abrió debates que, con excepciones autorizadas y necesarias, nacieron fuera de foco y adquirieron y mantienen su cuota de virulencia según el clima. Los nortes, más fríos en juicio y carácter, asumen mejor la pugna; pero los sures desarrollados (hay otros con urgencias tales que no están para bromas) la convirtieron en una cuestión de testosterona que algunos cínicos visten de honor.

En este penoso asunto se produjeron errores, tardanzas y omisiones de todos los gobiernos porque fue una calamidad para la que ninguno, ni el más poderoso, estaba preparado ni tuvo respuestas adecuadas. Pero, la España cañí siempre exige sangre, cabezas y escarnios. Tras las estériles colisiones institucionales, con fallos y excesos reconocidos, y aún por reconocer, partes ruidosas proclaman culpas y señalan culpables.

Desde 2012, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón Soria (1963) es uno de los favoritos para cargar la afrenta y el castigo públicos. Fue sometido a un estrecho marcaje desde la hora cero porque ha tenido, y tiene, el difícil papel de contar lo que ocurre con rigor, sin excesos ni alarmas fáciles; tuvo, como todos, aciertos y errores, deslices lingüísticos, críticas gremiales y meteduras de pata –que se exageran por estrategias puntuales y sensibilidades y/o suspicacias corporativas– y aunque ha pedido perdón reiteradamente, no basta; eludió y elude, con temple y estilo, la carga de mala leche de sectores políticos, medios y nombres afines y sus propios colegas, en singular o plural. Pero la discreción y el alejamiento de los conflictos, no son suficientes para los airados que piden caña y escarmiento. Acaso porque la Semana Santa de este año bisiesto no tuvo presencia en las calles, algunos quieren presentar, en el aire y el papel, al Judas de trapo al que se apalea y quema en algunos pueblos como castigo por la muerte de Cristo. No ayuda a solucionar el problema pero satisface a ciertas turbas. Y el doctor Simón ya tiene título y estigma para cargar el sambenito en una tierra donde la Inquisición campó a sus anchas y, en fin, muchos la recuerdan.